martes, 26 de mayo de 2020

PARA ENTENDER LA ESPIRITUALIDAD DE HENRI NOUWEN

En esta entrevista, única e inédita, Henri Nouwen va desgranando los temas centrales de su pensamiento: la transformación de la soledad, la esencia de la oración, la huida de la tiranía de unas vidas tan ocupadas que no nos permiten ver que somos los amados de Dios… Esta conversación, tachonada de pequeñas gemas de sabiduría, merece una lectura lenta, contemplativa. Es una pequeña fuente de iluminación a la que podremos volver una y otra vez.

LEVANTAR LA COPA Y DAR GRACIAS, JUNTOS...

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Levantar la copa es una invitación a afirmar y a celebrar la vida juntos...  Levantamos la copa por la vida, es decir, para afirmar la vida juntos y celebrarla como un don de Dios. Cuando todos nosotros podemos mantener con firmeza entre nuestras manos nuestra propia copa, con sus muchas penas y alegrías, proclamando que es nuestra única vida, entonces también podemos levantarla para que los demás la vean y animarlos a levantar a su vez sus vidas. Por eso, cuando levantamos nuestras copas en un gesto libre de todo miedo, proclamando que nos apoyaremos mutuamente en nuestro viaje común, creamos comunidad

Nada es dulce o fácil cuando se trata de la comunidad. La comunidad es la asociación de personas que no esconden sus gozos o sus penas, sino que las hacen visibles unos a otros en un gesto de esperanza. Decimos en comunidad: 

"La vida está llena de ganancias y pérdidas, altos y bajos, pero no tenemos que vivir estos hechos en soledad. Queremos beber nuestra copa juntos y así celebrar la verdad de que las heridas de nuestras vidas individuales, que parecen intolerables cuando las vivimos en soledad, se convierten en fuentes de curación cuando las vivimos como parte de esa asociación de cuidados mutuos". 

La comunidad es como un gran mosaico. Cada pequeña pieza parece insignificante. Una pieza es de un rojo brillante, otra de un azul pálido o de un verde apagado, otra de un morado cálido, otra de un amarillo fuerte, otra de un dorado brillante. Algunas parecen preciosas, otras ordinarias; algunas valiosas, otras vulgares; algunas llamativas, otras delicadas. Como piedras individuales podemos hacer poco con ellas, salvo compararlas entre sí y emitir un juicio sobre su valor y belleza. Pero cuando todas estas pequeñas piezas son reunidas armónica, sabiamente en un gran mosaico, componiendo con ellas la figura de Cristo, ¿quién se preguntará nunca la importancia de cada una de ellas? Si una de ellas, hasta la más pequeña, falta, la cara está incompleta. Juntas en un mosaico, cada piedra pequeña es indispensable y contribuye de una forma única, indispensable, a la gloria de Dios. Eso es la comunidad. La asociación de personas sin importancia que juntas hacen a Dios visible en el mundo

Cada vez que hablamos o actuamos de forma que hacemos de nuestra vida una vida para los demás, nuestras vidas se elevan ante los otros. Cuando somos capaces de abrazar enteramente nuestras propias vidas, descubrimos que lo que anhelamos también lo proclamamos. Una vida bien llevada es, por tanto, una vida para los demás. Ya no nos preguntamos si nuestra vida es mejor o peor 
que la de los demás, y empezamos a ver claramente que cuando vivimos nuestra vida para los demás, no solamente estamos buscando nuestra individualidad sino que también proclamamos nuestro sitio único en el mosaico de la familia humana

A menudo tendemos a mantener nuestras vidas escondidas. La vergüenza y el sentido de culpabilidad nos impiden dejar que los otros sepan lo que vivimos. Si nos atrevemos a levantar nuestras copas y a dejar que nuestros compañeros vean lo que hay en ellas, ellos se animarán a levantar las suyas y a compartir con nosotros sus secretos celosa, ansiosamente escondidos. La mayor curación tiene lugar a menudo cuando dejamos de sentirnos aislados por nuestra vergüenza y nuestro sentido de culpabilidad, y descubrimos que otros, con mucha frecuencia, sienten lo que nosotros sentimos, piensan lo que pensamos y tienen los miedos, aprensiones y preocupaciones que nosotros tenemos. 

Elevar nuestras copas significa compartir nuestra vida para celebrarla. Cuando queremos beber nuestra copa y hacerlo hasta el fondo, necesitamos a otros que quieran beber la suya con nosotros. Necesitamos una comunidad en la que la confesión y la celebración estén siempre presentes a la vez. Cuando levantamos nuestra copa y decimos «por la vida», tenemos que estar hablando de vidas reales, no solamente de vidas difíciles, penosas, dolorosas, sino también de vidas tan llenas de gozo que la celebración se convierta en una respuesta espontánea.

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Elevar la copa es ofrecer una bendición. La copa del dolor y del gozo, cuando se eleva con y para los otros «por la vida», se convierte en copa de bendición. Muchos se sienten malditos por Dios por la enfermedad, las pérdidas, las disminuciones y los infortunios. Creen que su copa no contiene bendición alguna. 

El inmenso sufrimiento de la humanidad puede ser entendido fácilmente como signo de la ira de Dios, como un castigo. A menudo fue entendido de esta manera, y aún lo es. 
Sin embargo, Jesús cargó sobre sí mismo todo este sufrimiento y lo elevó en la cruz, no como una maldición sino como una bendición. Jesús hizo de la copa de la ira de Dios la copa de la bendición. Ése es el misterio de la eucaristía. Jesús murió por nosotros para que nosotros pudiéramos vivir. Derramó su sangre por nosotros para que encontráramos una vida nueva. Por nosotros se hizo un proscrito para que pudiéramos vivir en comunidad. Se hizo por nosotros alimento y bebida para que pudiéramos alimentarnos para la vida eterna. Eso es lo que Jesús quiso decir cuando cogió la copa y dijo: «Ésta es la copa de la nueva alianza sellada con mi sangre, que se derramó por vosotros» (Le 22,30). La eucaristía es ese sagrado misterio por el que lo que vivimos en un momento dado como una maldición, lo podemos vivir después como una bendición. 

A partir de ella, nuestro sufrimiento no puede ser ya un castigo. Jesús lo transformó en camino hacia una vida nueva: una nueva alianza, una nueva comunión, una nueva comunidad. Cuando levantamos la copa de nuestra vida y compartimos con los demás nuestros gozos y sufrimientos en mutua vulnerabilidad, puede hacerse visible entre nosotros la nueva alianza. La gran sorpresa reside en el hecho de que quien nos revela normalmente que nuestra copa es una copa de bendición es el más pequeño entre nosotros. La copa de la bendición es la copa que los sencillos tienen que ofrecernos.

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Levantamos las copas de nuestras vidas para comunicarnos vida mutuamente. En nuestra comunidad hay muchas pequeñas fiestas. Son ocasiones normalmente felices durante las cuales comemos y bebemos, cantamos y bailamos, pronunciamos discursos, hablamos y nos reímos mucho. Pero una celebración es algo más que simplemente una fiesta. Es una ocasión para animarnos mutuamente, tanto si estamos en un buen momento como si no, y profundizar nuestros vínculos como comunidad. Celebrar la vida es levantarla, hacerla visible a los demás, afirmarla en su concreción real y dar gracias por ella

La copa del dolor y del gozo, levantada para que los demás la vean y la celebren, se convierte en copa de vida. Nos resulta muy sencillo vivir unas vidas truncadas por las cosas duras que nos han sucedido en nuestro pasado y que preferimos no recordar. A menudo las preocupaciones de nuestro pasado nos parecen demasiado pesadas para soportarlas en solitario. La vergüenza y el sentido de culpabilidad nos hacen ocultar parte de nosotros mismos, y de esa forma vivimos a medias. Pero necesitamos vivir nuestra vida en comunidad y vivirla completa, en plenitud. Necesitamos vivirlas más allá de nuestro sentido de culpabilidad y de nuestra vergüenza, y dar gracias no sólo por nuestros éxitos y logros, sino también por nuestros fallos y nuestros defectos. Necesitamos que nuestras lágrimas fluyan libremente, lágrimas de pena o de gozo, lágrimas que son como la lluvia que cae sobre la tierra reseca. Si levantamos así nuestra vida en comunidad, todos juntos, podemos decir realmente «por la vida», porque todo lo que hemos vivido se convierte en tierra fértil de cara al futuro

Pero elevar nuestra copa por la vida es mucho más que decir cosas buenas los unos de los otros. Es mucho más que ofrecerse buenos deseos. Significa que tomamos todo lo que hemos vivido desde siempre y lo traemos al momento presente como regalo para los demás, un regalo que hay que celebrar. En la mayoría de los casos, solemos repasar nuestras vidas y decimos: «Agradezco las cosas buenas que me han traído hasta aquí». Pero cuando levantamos nuestra copa por la vida, debemos atrevernos a decir: «Doy gracias por todo lo que me ha pasado y lo que me ha traído a este momento». Esta gratitud que abarca todo nuestro pasado es lo que hace de nuestra vida un auténtico regalo para los otros, porque borra la amargura, los resentimientos, los pesares y el revanchismo, la envidia y la rivalidad. Transforma nuestro pasado en un don fructífero de cara al futuro, y hace de nuestra vida, de toda ella, algo que transmite vida.  

Cada vez que nos atrevemos a dar un paso para vencer nuestro miedo a ser vulnerables y a elevar nuestra copa, nuestras vidas y las de otras personas florecerán de forma absolutamente inesperada. Luego, nosotros también encontraremos la fuerza para beber nuestra copa y bebería hasta el fondo


(Lo anterior es un resumen de un texto de Henri Nouwen, para compartir en grupo, una vez que hemos leído íntegramente el libro: "¿Puedes beber este cáliz?")

sábado, 23 de mayo de 2020

TOMAR EN TUS MANOS LA COPA DE LA VIDA

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"No basta con vivir la vida. Debemos saber lo que estamos viviendo. Una vida sobre la que no reflexionamos no vale la pena ser vivida. Pertenece a la esencia del ser humano contemplar la propia vida, pensar en ella, discutir sobre ella, evaluarla y formar nuestras propias opiniones sobre ella. El mayor gozo, lo mismo que el mayor dolor de vivir, no sólo es una consecuencia de lo que vivimos, sino también e incluso más, de lo que pensamos y sentimos sobre cómo vivimos

 La reflexión es esencial para el crecimiento, el desarrollo y el cambio. Es el único poder de la persona humana

Sujetar firmemente con las manos la copa de la vida significa mirar con sentido crítico lo que estamos viviendo. Esto exige un gran coraje, pues puede atemorizarnos lo que vamos a ver. Pueden surgir preguntas para las que no tenemos respuestas. Pueden nacer dudas sobre cosas de las que teníamos una gran seguridad. El miedo puede estar agazapado y saltarnos a la cara desde los rincones más insospechados de nuestra alma. Nos tienta decirnos a nosotros mismos: «Vamos a vivir sencillamente la vida. Todo eso de pensar sobre ella lo único que trae consigo es hacerla más difícil». Pero sabemos por intuición que si no miramos la vida de una manera crítica, perdemos visión y orientación

Cuando bebemos la copa sin primero haberla mantenido entre nuestras manos, podemos emborracharnos e ir de un lado para otro sin dirección, sin sentido. Mantener firmemente entre las manos la copa de la vida es una disciplina dura... necesitamos frenar nuestro impulso de beber, poner ambas manos alrededor de la copa y preguntarnos: ¿Qué se me da a beber? ¿Qué hay en mi copa? ¿Es algo que no entraña riesgo? ¿Es bueno para mí? ¿Fortalecerá mi salud?. 

Lo mismo que hay una cantidad incontable de vinos, hay una variedad incalculable de vidas. No hay dos vidas iguales. A menudo comparamos nuestra vida con la de los demás e intentamos descifrar si son mejores o peores, pero esas comparaciones no nos sirven de mucho. Tenemos que vivir nuestra propia vida, no la de otros. Tenemos que mantener firmemente entre nuestras manos nuestra propia copa. Tenemos que atrevernos a decir: 

Ésta es mi vida, la que se me ha dado, y ésta es la vida que tengo que vivir lo mejor que pueda. Mi vida es única. Ningún otro vivirá esta vida mía. Tengo mi propia historia, mi propia familia, mi propio cuerpo, mi propio carácter, mis propios amigos, mi propia manera de pensar, de hablar y de actuar. Sí, tengo que vivir mi propia vida. Nadie tiene ante sí el mismo reto que yo. Estoy solo, porque soy único. Muchas personas pueden ayudarme a vivir mi vida, pero después de que todo haya sido dicho y hecho, tengo que hacer mis propias elecciones sobre cómo vivir

Es duro decirnos esto a nosotros mismos porque al hacerlo nos enfrentamos a nuestra propia soledad. Pero, al mismo tiempo, es nuestro reto maravilloso porque lleva consigo el privilegio de nuestra unicidad

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"¿Podéis beber la copa de amargura que yo he de beber?", preguntó Jesús a sus amigos. Ellos respondieron que sí. Pero no tenían idea de la carga de sufrimiento que conllevaba una respuesta afirmativa. La copa de Jesús es la copa del sufrimiento,  no solamente de sus propios sufrimientos sino de los de toda la humanidad. Es una copa llena de angustias físicas, mentales y espirituales. Es la copa del hambre, la tortura, la soledad, el rechazo, el abandono y la angustia inmensa. Es la copa llena de amargura. ¿Quién quiere beberla? 

 Jesús, el varón de dolores, y nosotros, hombres y mujeres de dolores, como él, estamos colgados ahí, entre el cielo y la tierra, gritando: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?.


Cuando le llegó a Jesús el momento de beber la copa, dijo: "Siento una tristeza mortal" (Mt 26,38)... En su inmensa soledad, cayó rostro en tierra y gritó: "Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa de amargura" (Mt 26,39)...  Demasiado dolor para aguantarlo, demasiado sufrimiento para abrazarlo, demasiada agonía para pasar por ella.  


¿Por qué pudo seguir diciendo sí? ...  (Porque)Jesús mantenía un vínculo espiritual con aquél al que llamaba Abba. Confiaba más allá de la traición, vivía una entrega por encima de la desesperación, un amor más allá de todos los miedos. Esta intimidad, esa íntima comunión con su Padre fue la que le hizo mantener la copa entre sus manos y orar: "Padre mío, no se haga como yo quiero, sino como quieres tú" (Mt 26,39). 

Jesús no arrojó la copa lejos de sí en un gesto de desesperación. No, la agarró con sus manos y deseó bebería hasta las heces. No fue una prueba de fuerza de voluntad, una decisión firme o un gesto de gran heroísmo. Fue un profundo y espiritual sí al Abba, al amante de su corazón herido

Nos preguntamos: ¿En dónde nos nacerá a todos ese gran sí? «Que sea como tú lo quieres, no como lo quiero yo». ¿Quién puede decir sí cuando no se ha oído la voz del amor? ¿Quién puede decir sí cuando no existe un Abba a quien dirigirse? ¿Quién puede decir sí cuando no se da un solo momento de consuelo? 

En medio de la oración angustiada de Jesús pidiendo a su Padre que apartara de él aquella copa de amargura, hubo un momento de consuelo. Sólo lo menciona el evangelista Lucas. 
Dice: "Entonces se le apareció un ángel del cielo que lo estuvo confortando" (Le 22,43). En medio de los dolores está el consuelo; en medio de la tiniebla se da la luz; en medio de la desesperación existe la esperanza; en medio de Babilonia se vislumbra Jerusalén; en medio del ejército de los demonios existe un ángel consolador. La copa de la amargura, que parece inconcebible, inasumible por sus dimensiones, es también la copa del gozo. Sólo cuando la descubrimos en nuestra propia vida podemos pensar en beberla.

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La copa de la vida es la copa del gozo tanto como la copa de la amargura. Es la copa en la que penas y gozos, tristezas y alegrías, el llanto y la danza nunca están separados. Si el gozo no pudiera estar presente donde hay amargura y dolor, sería imposible beber la copa de la vida. Por eso debemos mantener firmemente entre nuestras manos la copa y mirar cuidadosamente para ver los gozos escondidos entre los dolores. 

¿Podemos ver a Jesús como al hombre de los gozos? Parece imposible ver el gozo en un cuerpo torturado, desnudo, colgado de una cruz de madera, con los brazos extendidos. A veces, se presenta la cruz de Jesús como un trono glorioso en el que se sienta un rey. En esos casos se presenta el cuerpo de Jesús no destrozado por la flagelación y la crucifixión, sino luminoso, hermoso, con heridas sagradas. Las palabras de Jesús "cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos a mí" (Jn 12,32) se refieren no solamente a su crucifixión sino también a su resurrección. Ser elevado significa no sólo serlo como un crucificado sino también como resucitado.  

La cruz de Jesús es también estandarte de curación, no precisamente para sanar las heridas físicas sino para curar la condición humana mortal. El Señor resucitado eleva a todas las personas con él, hacia su vida, nueva y eterna. Jesús, que participó completamente en nuestras penas, quiere que nosotros compartamos con él plenamente su gozo. Jesús, el hombre lleno de gozo, quiere que participemos también de ese mismo gozo. 

 Jesús no quiere que sus amigos sufran, pero sabía que para ellos, como para él, el sufrimiento era el único y necesario camino hacia la gloria. Más tarde diría a dos de sus discípulos: "¿No era preciso que el Mesías sufriera todo esto antes de entrar en su gloria?" (Le 24,26). La «copa del dolor» y la «copa del gozo» no pueden separarse. Jesús sabía muy bien esto,  aunque luego necesitara un ángel del cielo para recordárselo. 

Nuestra copa está a menudo tan rebosante de dolor que nos parece imposible que quepa en ella el más mínimo gozo; la pena nos abruma... Entonces se nos tiene que recordar que nuestra copa de dolor es también nuestra copa de gozo y que un día seremos capaces de saborear el gozo tan plenamente como ahora saboreamos el dolor

Inmediatamente después de ser consolado por el ángel, Jesús se puso en pie y se enfrentó a Judas y a la cohorte que había venido a arrestarlo. Cuando Pedro desenvainó su espada e hirió al siervo del sumo sacerdote, Jesús le dijo: "Envaina de nuevo tu espada. ¿Es que no debo beber esta copa de amargura que el Padre me ha preparado?" (Jn 18,10-11). A partir de aquel momento Jesús ya no es el hombre abrumado por la angustia. Se enfrenta a sus enemigos con gran dignidad y libertad interior.  El sí incondicional de Jesús a su Padre le había fortalecido para beber la copa de amargura, no con una resignación pasiva, sino en total conocimiento de que la hora de su muerte sería también la hora de su gloria. 

¡Los gozos están escondidos en los dolores! Solemos olvidar esta verdad y nos sentimos abrumados por nuestra propia oscuridad. Perdemos de vista fácilmente la perspectiva de nuestros gozos y hablamos de nuestras penas como si fuese la única realidad existente. Necesitamos recordarnos unos a otros que la copa del dolor es también la copa del gozo, que lo que realmente nos causa tristeza puede convertirse en un campo fértil de alegría. Por tanto necesitamos ser ángeles los unos para los otros, necesitamos darnos mutuamente fuerza y consuelo. Porque solamente cuando nos demos cuenta perfectamente de que la copa de la vida no es sólo una copa de dolor sino también una copa de gozo, seremos capaces de beberla

(Lo anterior es un resumen de un texto de Henri Nouwen, para compartir en grupo, una vez que hemos leído íntegramente el libro: "¿Puedes beber este cáliz?")

viernes, 22 de mayo de 2020

UNA PREGUNTA INQUIETANTE


"¿Puedo, podemos beber la copa que bebió Jesús? ... Hacernos esta pregunta en serio podría cambiar radicalmente nuestras vidas. Es la pregunta que tiene el poder de abrir como una carga de profundidad un corazón endurecido y dejar al desnudo los tendones de la vida espiritual. ¿Puedes beber la copa? ¿Puedes beberla hasta los últimos posos? ¿Eres capaz de saborear todas las tristezas y gozos? ¿Puedes vivir la vida en su plenitud, sea lo que sea lo que te reserve? Me di cuenta de que ése era el sentido profundo de la pregunta. 


¿Podemos sostener la copa de la vida en nuestras manos? ¿Podemos levantarla para que los demás la vean, y podemos bebería hasta el fondo?.

Beber la copa es mucho más que tragar su contenido, cualquiera que éste sea, lo mismo que partir el pan es mucho más que romper en trozos una hogaza. Beber la copa de la vida exige mantenerla firmemente entre nuestras manos, levantarla y beberla. Es la celebración completa de ser humano. ¿Podemos mantener nuestra vida, elevarla y beberla, como lo hizo Jesús?

De eso se trata, nos dice Nouwen; de reflexionar lo que significa "tomar la copa, levantarla y beberla", y así  "descubrir los horizontes espirituales que la pregunta de Jesús nos abre".

Henri Nouwen
¿Puedes beber este cáliz?
PPC

jueves, 21 de mayo de 2020

ALGUNOS LIBROS DE HENRI NOUWEN

Entre las obras finales de Henri Nouwen se encuentra "¿Puedes beber este cáliz? El desafío de la vida espiritual", publicado en 1996. Los lectores reconocen la pregunta del Evangelio que Jesús hizo a los hijos de Zebedeo: ¨¿Pueden beber del cáliz que yo voy a beber?" (Mt 20, 20-23). Nouwen se centra en el cáliz como el foco alrededor del cual construye una reflexión conmovedora por su simplicidad y deliciosa por su simetría. Pone de relieve tres imágenes básicas: sostener el cáliz, levantar el cáliz, beber el cáliz. A partir del significado que puede extraerse de estos tres gestos simples, elabora una deliciosa meditación sobre la espiritualidad del discípulo. Las tres disciplinas principales que se distinguen como esenciales para toda búsqueda seria de Dios serían: silencio, palabra y acción. 

"Entonces, la madre de los Zebedeos se acercó a Jesús con sus hijos y se arrodilló para pedirle un favor. 
Él le preguntó: —¿Qué quieres? 
Ella le contestó: —Manda que estos dos hijos míos se sienten uno a tu derecha y otro a tu izquierda cuando tú reines. 
Jesús respondió: —No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa de amargura que yo he de beber? 
Ellos dijeron: —Sí, podemos. 
Jesús les respondió: —Beberéis mi copa, pero sentarse a mí derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes lo ha reservado mi Padre". 

(Mt 20,20-23) 

Los otros libros que se publicaron después de la muerte de Nouwen son estos: La voz interior del amor, Pan para el viaje: migajas de sabiduría y fe para cada día, Adam: el amado de Dios, y el Diario del último año sabático de Nouwen

martes, 19 de mayo de 2020

MEDITACIÓN SOBRE LA VIDA EUCARÍSTICA (6).

Y así llegamos a la quinta y última parte de la reflexión de Henri Nouwen sobre la Eucaristía, a partir de la historia bíblica de los discípulos de Emaús: PARTIR EN MISIÓN. Como terminaba la entrada anterior: "No sólo es que la comunión cree comunidad, sino que la comunidad siempre lleva a la misión". ¿Cómo así? Dice Nouwen que ahora "todo ha cambiado", y las pérdidas ya no se experimentan  como algo que debilite, como derrota, sino como oportunidad, como novedad; la tristeza se convierte en una luz nueva en los ojos de los dos discípulos, luego que el desconocido, el extraño, se convierte en amigo y les entrega su espíritu. 

Se habla de: nuevo aliento, nuevo corazón, nuevo espíritu, nueva misión... ellos, juntos, tienen algo que decir, que es importante y urgente; algo que los demás necesitan saber. ¡Qué diferente el modo en que ellos salían de la ciudad con la manera en la que ahora regresan! Es la diferencia entre la duda y la fe, la desesperación y la esperanza, el miedo y el amor. Saben que regresar a la ciudad puede ser peligroso, pero ahora eso no los detiene, ahora hay un lugar para regresar, un HOGAR, una certeza. 

(La fe es nuestro hogar espiritual, es esa roca interior sobre la que construimos nuestra vida; mientra sea nuestro cimiento y nuestra luz, no importarán los momentos de prueba y fragilidad)

La Eucaristía concluye con una misión: ahora vayan y cuenten lo que han celebrado y vivido. Las antiguas palabras latinas: "Ite missa  est" (Vayan , esa es ahora la misión de ustedes). El final de la Eucaristía no es la comunión, sino la misión; no viene para que nos quedemos en secreto con él, disfrutando solos su presencia. Viene para que salgamos a anunciarlo, a compartirlo. Es una invitación a volver a la vida, con los otros, para llevar a Cristo con nosotros.

La misión comienza con los más cercanos: familia, amigos, compañeros, vecinos... y luego a los que aparezcan en el camino. Cuesta más evangelizar a los cercanos, porque ellos nos conocen mejor y ven si nuestras palabras tienen un eco en nuestra propia vida. El anuncio de Cristo es recibido hoy con cierto escepticismo: los que no acuden a la Eucaristía no son mejores ni peores que nosotros, han escuchado la historia de Jesús, pero ven a la Iglesia como una institución, los mandamientos como una carga pesada y la Eucaristía como un rito vacío. Muchos tuvieron fe, y luego la perdieron (es una llamada de alerta para nosotros; no para condenar, sino para mirarnos). 

Lo que hace la diferencia es nuestra vida, si vivimos lo que celebramos, y no se trata simplemente de la dimensión ética o moral de la fe; no es lo que hacemos lo primero, sino LO QUE SOMOS. Vivir eucarísticamente: la celebración de la eucaristía resume para nosotros en qué consiste nuestra vida como cristianos, como discípulos de Cristo. 

Y luego, al llegar los dos de Emaús con la buena nueva se encuentran con que los otros ya la sabían, ya no es nueva. Jesús tiene muchas maneras de revelarse a nosotros y hacernos saber que está vivo, y aun cuando la noticia no sea nueva, tiene novedad para cada uno, y estamos llamados a compartirla con los otros. Cada uno tiene su historia que contar y es importante que la contemos, pero no es única, y debemos escuchar también la historia de los otros. La misión parte de ahí, del encuentro, de la alegría compartida por saberle vivo. Es decir, de la COMUNIDAD.

Es fácil, y ciertamente un riesgo, reducir a Jesús, a nuestro Jesús, a nuestra experiencia, a nuestro modo de seguirlo. Es en la comunidad donde confluyen nuestras historias, donde podemos discernir el valor de nuestra experiencia personal, donde la presencia del Espíritu las unifica todas para que seamos, en la riqueza de lo diverso, el único pueblo de Dios, el pueblo de la resurrección. 

Ahí termina ya la historia de los dos discípulos: en la comunidad. Es ahí donde inicia el camino de la Iglesia, es el comienzo de una vida de misión, en la que sabemos que la muerte no tiene la última palabra, que la esperanza es real y que Cristo está vivo.  ¿Qué lecciones nos quedan de esta historia? Apuntemos algunas:

1. La Eucaristía es siempre una misión: a ella llegamos desde la vida, cargando nuestras pérdidas, y de ella salimos renovados, dispuestos a compartir nuestra fe y nuestra alegría. 

2. En esta misión no estamos solos, somos comunidad de fe, Iglesia. La Eucaristía es siempre un acto de comunidad, y crea comunión. (La pregunta que surge aquí es esta: ¿Qué significa ir a misa si no soy comunidad?).

3. De la Comunión y comunidad brota el ministerio; es tentador pasar de la comunión al ministerio, ignorando la comunidad, saltándonos ese paso fundamental. Cristo y yo, sin los hermanos, sin el prójimo. 

4. Vivir la Eucaristía como algo meramente devocional es no entender el mandato de Jesús; Jesús nos invita a su mesa (eucaristía) para enviarnos luego a la misión, a la vida (vivir eucarísticamente). 

5. Pero, la misión (evangelizar), no es solo ir y hablar a los demás acerca del Señor resucitado, sino también recibir el mismo testimonio de aquellos a quienes fuimos enviados. La misión es recíproca; dar y recibir. Si esta reciprocidad, la misión y el ministerio acaban siendo manipuladores o violentos. 

6. La Eucaristía impulsa la creación de un círculo de amor, en el que reconocemos al Espíritu de Dios que se esconde en el otro, sobre todo en el pobre, el débil, el triste, el marginado, el oprimido, el alejado. Es importante hacer crecer ese círculo de amor. 


La Eucaristía, ya sea que se celebre con solemnidad o con sencillez, es siempre UN ENCUENTRO CON EL CRISTO VIVO QUE ESTÁ EN LA REUNIÓN DE LOS HERMANOS DE FE QUE COMPARTEN SUS PÉRDIDAS, SU PALABRA, SU MESA Y SU MISIÓN. Ella nos ayuda a elegir el AGRADECIMIENTO, en lugar del resentimiento, y la ESPERANZA, en lugar de la desesperación, y la ALEGRÍA, en lugar de la tristeza, porque sabemos que la VIDA es más fuerte que la muerte y el AMOR más fuerte que el miedo. 

En medio del mundo, no importa cuán terrible pueda ser su realidad, si hay Eucaristía (con todo eso que hemos dicho) hay esperanza, porque son como semillas del Reino plantadas en la tierra. Digamos que hay tres palabras que pueden resumir nuestra vivencia: Ten piedad, gracias, envíame

(Este resumen, a partir del texto de Henri Nouwen, no puede en modo alguno sustituir la lectura del libro; es un intento de apropiarnos de su  sabiduría, y por ello lleva también algunas notas o añadidos que brotan de mi lectora personal. Tal vez si lo haces tú sea algo diferente, pero espero que ayude en algo a los que lo lean y mediten)

The end 

sábado, 16 de mayo de 2020

MEDITACIÒN SOBRE LA VIDA EUCARÌSTICA (5).

Comienza la cuarta parte del libro que leemos: ENTRAR EN COMUNIÓN, y lo hace diciendo: "Cuando Jesús entra en la casa de sus discípulos, esta se convierte en su casa... El que ha sido invitado es ahora el que invita". Ellos lo han invitado a quedarse, le han permitido entrar en su mundo màs íntimo, y èl entonces los conduce a su propia intimidad; les invita a compartir la mesa, a tomar el pan, bendecirlo, partirlo y dárselo. Es un gesto sencillo, que acontece en muchos lugares del mundo cada día, en torno a mesas en las que se cultiva la amistad, el amor, la fraternidad. 

La Eucaristìa es un simple gesto humano, y es importante no olvidarlo cuando tenemos delante todos los elementos particulares que acompañan nuestras liturgias: vestiduras, velas, libros, cantos, gestos, etc, que no suelen ser tan sencillos. No debemos olvidar que lo que hacemos es rememorar aquella cena que tuvo Jesùs con sus amigos en un ambiente sencillo, fraterno, ìntimo. Jesùs, como invitado, toma el lugar de honor, preside la mesa, y toma, bendice y parte el pan y el vino para los suyos; sucede asì cuando le invitamos a nuestra vidas, con sus luces y sus sombras, y en la medida en que le hemos escuchado y hemos compartido la mesa con èl, nos vamos sintiendo en el hogar, acogidos y sostenidos por èl. Por ello, la Eucaristìa, tan humana, es al mismo tiempo el gesto màs divino que podemos imaginar

En la Eucaristìa tocamos a Jesùs: humano y divino, cercano y misterioso, sencillo e inasible; es el Jesùs del que habla Pablo (Flp. 2, 6-8), que siendo de condiciòn divina, se despojò, tomando condiciòn de esclavo... Esa es la historia de Dios, que quiere acercarse tanto a nosotros, que no quiere que haya entre èl y nosotros nada que nos separe, nos divida, nos distancie... Jesùs nos habla de ese Dios, entregando su vida hasta el extremo, dàndose todo, como Dios se quiere dar (Dios para nosotros, Dios con nosotros, Dios dentro de nosotros). Ha dicho: "Tomen, coman y beban, este soy yo que me entrego a ustedes".

No es meramente comida lo que Jesùs nos da, sino que en la comida quiere darse a sì mismo, dar su vida. Es lo mismo que cuando nosotros invitamos a alguien a compartir la mesa: servimos comida, pero con ese gesto estamos dando a esa persona mucho màs. Lo estamos haciendo partìcipe de nuestra vida, le damos nuestra amistad y nuestra confianza. Asì es en la Eucaristìa: Jesùs nos invita a su mesa, y en el pan y el vino que nos ofrece se da a sì mismo, nos lo da todo. El pan y el vino se TRANSFORMAN en su cuerpo y su sangre, en su vida entregada, en alimento para nosotros, aquì y ahora. 

"Dios no se guarda nada; Dios lo da todo. Ese es el misterio de la Encarnaciòn. Y este es tambièn el misterio de la Eucaristìa. La Encarnaciòn y la Eucaristìa son las dos expresiones del amor inmensamente generoso de Dios. Por eso el sacrificio de la cruz y el sacrificio de la mesa son un mismo sacrificio, una completa autodonaciòn de Dios que llega a toda la humanidad en el tiempo  y en el espacio" (72).

La palabra que mejor expresa este misterio de autodonaciòn de Dios es COMUNIÒN. Es la palabra que contiene la verdad de que, en y a travès de Jesùs, Dios quiere, no solo enseñarnos, instruirnos o inspirarnos, sino hacerse uno con nosotros. La historia de la salvaciòn es la historia del deseo de Dios de alcanzar cada vez una mayor comuniòn con nosotros. No se trata de algo forzado o voluntarista, sino de una comuniòn libremente ofrecida y recibida. Dios harà lo que seas necesario para hacer posible esta comuniòn. 

Es este intenso deseo de Dios de entrar en una relaciòn màs ìntima con nosotros lo que constituye el centro de la celebraciòn y la vida eucarìsticas. No sòlo se hizo carne e historia en una persona y època concretas, sino que quiere ser nuestro alimento y nuestra bebida cotidiana en todo momento y lugar. Y asì, cuando èl se da, y recibimos el pan y lo comemos, se abren nuestros ojos y le reconocemos. La Eucaristìa es RECONOCIMIENTO, es el encuentro entre el deseo de Dios y nuestro anhelo de comuniòn con èl. Para quien no ha hecho el camino previo puede parecerle este gesto demasiado simple, pero si hemos llorado nuestras pèrdidas, escuchado su palabra en el camino y le hemos invitado a entrar en nuestra vida, en lo màs profundo de nosotros, entonces sabremos que esa comuniòn que vamos a recibir es la misma que èl ha estado deseando dar

Pero en el relato encontramos una frase que nos coloca en el centro mismo del misterio de la comuniòn: "Lo reconocieron, pero èl desapareciò de su vista". Precisamente cuando se les hace màs presente, es cuando se hace ausente. Este es uno de los aspectos màs sagrados de la Eucaristìa: "El misterio de que la comuniòn màs profunda con Jesùs acaece en su ausencia". 

Durante todo aquel tiempo en que estuvo Jesùs caminando con los dos de Emaùs no habìa una plena comuniòn. Claro que ellos estaban con èl, le escucharon y fueron sus discìpulos, incluso sus amigos, pero no habìan entrado en la comuniòn verdadera. ¿Cuàl es esta? La de que el cuerpo y la sangre de Cristo, y el cuerpo y la sangre de ellos, sean uno. Jesùs todo ese tiempo no habìa dejado de ser "otro", pero ahora comprenden que Jesùs habita en ellos, que respira en ellos, que habla en ellos, que vive realmente en ellos. Es el momento en que sus vidas se transforman en la vida de èl. Ya no son ellos los que viven, sino Cristo, y por eso ya no le ven fueras, ya no es "otro". Esta es la comuniòn màs ìntima, tan santa y sagrada que escapa a nuestros sentidos exteriores; ahora "sabemos" que està en ese lugar  dentro de nosotros adonde los poderes de las tinieblas y del mal no pueden llegar

Hemos dejado a un lado la amistad fàcil que hemos tenido con èl (màs centrada en sentimientos, emociones, pensamientos) para aceptar la soledad de no tenerlo ya en nuestra mesa, como compañero de consuelo, de conversaciòn, para sobrellevar nuestras pèrdidas cotidianas. Es LA SOLEDAD DE LA VIDA ESPIRITUAL, la de saber que èl està màs cerca de nosotros de lo que jamàs  nosotros podremos estar. Esa es LA SOLEDAD DE LA FE

Nosotros podremos seguir gritando: Señor, ten piedad; podremos seguir escuchando e interpretando las Escrituras; podremos seguir diciendo: Yo creo... Pero, la comuniòn con Èl va mucho màs allà de todo eso: nos lleva al lugar donde la luz ciega nuestros ojos y donde todo nuestro ser està sumido en la falta de visiòn. Es ese lugar de comuniòn en el que gritamos: Dios mìo, por què me has abandonado... al mismo tiempo que oramos: Padre, en tus manos encomiendo mi espìritu... Si la comuniòn con Jesùs significa hacerse igual a èl, si con èl estamos clavados en la cruz y con èl hemos resucitado para acompañar a otros en el camino de la vida, entonces nos lleva tambièn a un nuevo àmbito de existencia. Nos introduce en el Reino, donde las viejas distinciones entre dicha y desdicha, entre èxito y fracaso, entre bienaventuranza y condenaciòn, entre salud y enfermedad, entre vida y muerte... ya no tienen sentido. Ya no pertenecemos a un mundo empeñado en dividir, juzgar, separar y valorar. Ahora pertenecemos a Cristo y Cristo nos pertenece a nosotros, y tanto Cristo como nosotros pertenecemos a Dios. 

Y asì, los dos de Emaùs estàn solos de nuevo, pero no con la soledad con que empezaron su viaje. Ahora es una soledad acompañada. Han creado un vìnculo con Cristo que a su vez crea una nueva relaciòn entre ellos. LA COMUNIÒN CREA COMUNIDAD. El Cristo que vive en ellos les hizo estar juntos de una manera nueva;  no sólo les hizo reconocer a Cristo, sino reconocerse uno al otro como miembros de una nueva comunidad.
Estamos solos, pero estamos juntos; nos pertenecemos mutuamente, porque le pertenecemos a él. Hemos comido su cuerpo y hemos bebido su sangre, y al hacerlo nos hemos convertido en un solo cuerpo. 

"La comunión crea comunidad, porque el Dios que vive en nosotros nos hace reconocer a Dios en nuestros semejantes. Nosotros no podemos ver a Dios en el otro; solo Dios en nosotros puede ver a Dios en el otro.". 

Al participar en la vida interior de Dios, también participamos de un modo nuevo en la vida de los otros.  Formamos un cuerpo espiritual, sostenido por el espíritu  del amor, que se manifiesta de maneras muy concretas: en el perdón, la reconciliación, el apoyo mutuo, la solidaridad con los pobres y necesitados, el trabajo por la justicia y por la paz

Ya veremos a continuación como, si la comunión crea comunidad, la comunidad lleva siempre a la misión.

(Continúa)


viernes, 15 de mayo de 2020

MEDITACIONES SOBRE LA VIDA EUCARÍSTICA (4)

Retomamos nuestra reflexión, siguiendo a Henri Nouwen, y lo citamos:
 "La Eucaristía, tal como la celebramos en la sagrada liturgia, nos llama a una vida eucarística, a una vida en la que seamos continuamente conscientes de nuestro papel en la historia sagrada de la presencia redentora de Dios a través de todas las generaciones. La gran tentación que nos acecha consiste en negar nuestro papel de pueblo elegido, quedando atrapados en las preocupaciones de la vida diaria". 

Es la Palabra proclamada o leída, compartida, rumiada, la que nos eleva a una nueva condición (Página 52: Lo que nos pasa sin el auxilio de la Palabra). La Palabra enciende un fuego interior, y convoca una PRESENCIA, a la que podemos invitar a la intimidad de nuestro hogar, de nuestra vida. 

La tercera parte de esta reflexión lleva por título: "Invitar al Desconocido" (Yo creo). En la medida en que escuchan al Desconocido, los dos discípulos sienten que algo cambia. Nouwen habla de una nueva esperanza y una nueva alegría, de un nuevo sentido. El Desconocido ha dado a su viaje un nuevo significado. 
 Sucede que cuando no haces más que sentir lo que has perdido, entonces todo a tu alrededor habla de ello; pero cuando alguien camina a tu lado, entonces comprendes que no es solo un final, sino también un nuevo comienzo, una nueva canción, "un cántico nuevo". 

Recordamos las palabras de Jesús: "¿No era necesario que el Mesías padeciera todo esto para entrar en su GLORIA?". Ahí está lo nuevo: del lamento por la pérdida, de la sensación de derrota, y tras las palabras del Desconocido, irrumpe ahora la palabra GLORIA en el relato. Evoca luz, esplendor, belleza, verdad... Todo lo que antes parecía lejano y ajeno, ahora regresa, y el camino cambia de color, y el Desconocido empieza a ser más cercano, y se hace COMPAÑERO DE VIAJE, y sentimos la llamada del hogar, donde nos espera siempre la mesa servida. 

No estamos acostumbrados a pensar en la Eucaristía como una invitación a Jesús para que se quede con nosotros... Pero Jesús quiere ser invitado. Él nunca nos impone su presencia, y a no ser que le invitemos, él seguirá siendo un desconocido; atrayente, inteligente, interesante, con el que nos encontramos a veces, pero un desconocido. Puede haber hecho cosas en nuestra vida, haber hecho desaparecer nuestra tristeza, incluso nuestro dolor o nuestra enfermedad, y podemos hablar a otros de él, pero no dejará de ser un desconocido. (Eso pasa con muchas personas "religiosas", que van a misa algunas veces, que rezan en sus casas, pero para las que Jesús sigue siendo un  desconocido).

 "Sin una invitación, que es la expresión del deseo de una relación duradera, la buena noticia que hemos oído no puede dar un fruto que permanezca... Solo invitando al otro a venir y quedarse puede un encuentro interesante convertirse en una relación transformadora". Esto vale para toda relación humana, y vale para nuestra relación con Jesús. 

En la Eucaristía, uno de los momentos más importantes (lo mismo que en nuestras vidas) es el de la INVITACIÓN. Una vez que hemos escuchado la Palabra y su comentario, podemos decir gracias, qué bien, y adios; o decir:  Por favor, quédate, ven a mi casa, porque atardece... La pregunta es: ¿Queremos realmente que Jesús se quede con nosotros cuando anochece y el día llega a su fin? ¿Queremos decirle: Quédate, confío en tí, me entrego a tí con todo mi ser, cuerpo y alma. No quiero que sigas siendo un desconocido, quiero que seas mi más íntimo amigo? Tal vez nos puede el MIEDO, el temor al compromiso, a la entrega total y verdadera. 

¿Cómo expresamos en la Eucaristía nuestra invitación a Jesús? EN EL CREDO...que es mucho más que un resumen de la doctrina de la Iglesia. Es una profesión de fe, es el Sí, el Amén, personal y comunitario. Es un acto de confianza. Es decirle a Jesús, que hace ademán de seguir su camino: Quédate con nosotros, quédate conmigo... e invitarlo a nuestra mesa. 

La mesa es el lugar de la intimidad; en torno a ella nos descubrimos unos a otros, en ella oramos, compartimos necesidades y pérdidas, alegrías y tristezas, y también traiciones y diferencias. Es que estamos más cerca, pero somos más vulnerables, estamos más expuestos

Y entonces Jesús acepta la invitación, entra en la casa con ellos, y se sienta a la mesa, ocupando como invitado el puesto de honor. Están juntos, se mirar a los ojos, y hay intimidad, amistad, comunidad... Entonces sucede algo nuevo, que solo llegan a comprender los iniciados: el invitado se convierte en el anfitrión, y como tal les invita a entrar en plena comunión con él.

Sobre esto hablamos en la próxima entrada...

miércoles, 13 de mayo de 2020

MEDITACIÓN SOBRE LA VIDA EUCARÍSTICA (3)

Llegamos a la Eucaristía...y así iniciamos el viaje, abatidos, cansados, desesperanzados. Pero dice Nouwen: "La cuestión es si nuestras pérdidas dan lugar en nosotros al resentimiento o al desánimo". Ante el dolor de la vida fácilmente podemos volvernos amargados, resentidos. Sobre todo al final de la vida podemos sentirnos engañados o defraudados, cerrarnos, volvernos agresivos. El resentimiento es una fuerza destructiva que se instala en el centro de nuestro ser, y es fácil dejarse arrastrar por ello. Sin embargo, la Eucaristía nos presenta otra posibilidad, la de optar por el AGRADECIMIENTO. Lamentar nuestras pérdidas, llorar nuestro dolor, es el primer paso para pasar del resentimiento al agradecimiento; las lágrimas ablandan nuestro corazón endurecido, y nos abren para dar gracias.

Eso es lo que significa la palabra EUCARISTÍA: "acción de gracias". Y así afirma el texto: "Celebrar la Eucaristía y vivir una vida eucarística tiene muchísimo que ver con el agradecimiento. Vivir eucarísticamente es vivir la vida como un don, como un regalo por el que uno está agradecido". El camino misterioso de la Eucaristía es este: A través del dolor por nuestras pérdidas llegamos a experimentar la vida como un don

Así comenzamos nuestras Eucaristías, suplicando la misericordia de Dios: "Señor, ten piedad" (Kirie Eleison); ese es el grito del pueblo de Dios, desde su corazón contrito. "Un corazón contrito y humillado, tú no lo desprecias, Señor". Pero para que esto sea  real debemos asumir la responsabilidad por nuestras pérdidas, sin culpar a Dios, al mundo o a los otros, reconociendo el papel que desempeñamos en la imperfección humana. Aceptar que no somos meras víctimas del mal, sino el fruto amargo de las decisiones humanas, de decir NO al amor. Los discípulos de Emaús caminan tristes, pero ellos son parte de lo sucedido de alguna manera: su pueblo, sus líderes, su propia traición y abandono.

"Celebrar la Eucaristía exige de nosotros vivir en este mundo aceptando nuestra corresponsabilidad por el mal que nos rodea y nos invade".

No es cuestión de destino o de suerte el que sucedan cosas buenas o malas, y formando parte de esta humanidad pecadora, pero redimida por la entrega de Cristo, debemos abrazar el dolor del mundo como si fuera nuestro dolor. Asumimos la responsabilidad respecto de ello y optamos a una vida de perdón, de paz y de amor.  El "Señor, ten piedad" ha de brotar de un corazón que no acusa, sino que asume, abraza en nombre de todos y se dispone para recibir la misericordia de Dios. 

Pero: ¿no nos paraliza el comenzar nuestra celebración con un corazón contrito, roto, reconociendo nuestra culpa, nuestra responsabilidad con el dolor del mundo? ¿No nos debilita esto demasiado? Por supuesto que sí, pero por la fe sabemos que "donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia", y también "Cuando soy débil, soy fuerte" porque se manifiesta en mí la fuerza de Dios. La historia que le cuentan al Desconocido los dos de Emaús está marcada por el dolor y el desánimo, pero al mismo tiempo esconde algo de esperanza: la referencia a las mujeres, ellas dijeron, no les creímos... Esa misma ambigüedad está en nuestra vida, la que presentamos a Dios al comenzar cada celebración, y la que procuramos vivir como cristianos. Anhelamos un mundo mejor, una mejor comunidad y ser mejores nosotros mismos, pero a la vez pensamos que es una ilusión, que al final no pasará nada... Es importante encontrar debajo de nuestro escepticismo un ansia perenne de amor, de unidad y comunión, y por eso decimos: "Señor, ten piedad" una y otra vez. Somos pecadores, lo hemos intentado todo, y ahora estamos cansados y sin esperanzas, pero se oye una voz que dice: "Te basta mi gracia", y de nuevo clamamos por la curación de nuestros corazones, y nos atrevemos a creer que, en medio de nuestros lamentos, hay un don por el cual estar agradecidos.

Pero, claro, para eso necesitamos un compañero muy especial; necesitamos DISCERNIR LA PRESENCIA. Jesús se acerca a los dos de Emaús y camina junto a ellos, y ellos dejan de mirar al suelo y miran a los ojos de un extraños que se les ha unido y que pregunta: ¿De qué venían hablando por el camino? Ellos responden con algo de sorpresa y hasta de irritación: ¿Acaso eres tú el único que no lo sabe? Y empiezan a contar, a desgranar la historia de una pérdida desconcertante, de una tristeza que les paraliza y desconcierta, de cómo nada parece tener sentido. 

(En este momento podemos preguntarnos: Y nosotros, ¿de qué venimos hablando por el camino? ¿qué es lo que nos agobia, desconcierta o desanima? Cuenta tu pérdida, habla con ese desconocido en quien todavía no reconoces a Jesús)

Hasta que el extraño toma la palabra y empieza a hablar, y les narra una historia super conocida, pero que a ellos les parece ahora totalmente nueva. Es la historia de ellos, insertada en el contexto de un relato mayor, con nuevos horizontes. Sus pequeñas vidas forman parte de un misterio más grande, un proyecto de eternidad

No es que no tengan razón para estar tristes, sino que esa tristeza forma parte de una tristeza mayor, preñada de alegría. No es que la muerte que lamentan no sea real, sino que era el primer paso de una vida mayor y más verdadera.  No es que no fuera importante la pérdida del amigo, pero esa pérdida iba a dar paso a un nuevo vínculo, mayor que cualquier amistad. El Desconocido no niega lo que ellos le han contado, al contrario, lo reafirma, pero lo reinterpreta como parte de un acontecimiento más grande. No les tranquiliza, no "les pasa la mano" como suele decirse, no da un consuelo fácil a la tristeza de ellos, e incluso les llama "necios y torpes para creer". No es una conversación tranquilizadora; el Desconocido se muestra enérgico, directo y nada sentimental, buscando que superen su estrechez de mente y de corazón.

(No se trata simplemente de buscar consuelo, sino de algo más; de recibir una nueva visión, de saber transformar la realidad a partir de interpretarla de un modo nuevo. Es importante cambiar nuestros modelos de pensamiento, nuestras imágenes religiosas, nuestros prejuicios respecto a lo espiritual...


Es una LLAMADA A DESPERTAR
1. A quitarse la venda de los ojos y derribar nuestros inútiles dispositivos protectores. 
2. A salir de una mirada estrecha, para tener una visión panorámica de la realidad, como si estuviera en lo alto de una montaña. 
3. A ver, en los obstáculos, una oportunidad para rectificar el camino. 
4. A sustituir los lamentos por la acción de gracias por el regalo que estamos recibiendo en esta situación. 

Y todo lo anterior, lo mismo que esa explicación que hace el Desconocido tiene como propósito el que reconozcamos la Presencia de Jesús (de Dios) en medio de la vida, del camino, del viaje espiritual que estamos realizando. Ese es el propósito de la Palabra que compartimos en cada Eucaristía: que nuestro corazón arda, que  Jesús se haga presente a través de su Palabra en medio de nosotros. 

PERO: vivimos en un mundo en el que hay un exceso de palabras, de información, de voces, y es tan fácil perderse en medio de ellas; o peor, nos volvemos sordos a toda palabra, también a las Palabras de Jesús, a la voz de Dios, que ya dejamos de reconocer. En nuestro mundo las palabras han perdido valor... Y nosotros escuchamos tantas veces las lecturas bíblicas que ya pensamos que las conocemos bien, y dejan de impresionarnos, les prestamos poca atención (escuchamos, pero no oímos), y estamos ahí, pero lo mismo la Escritura proclamada que la homilía que busca aterrizarla, pasan y no quedan... Nos hemos vuelto inmunes a la Palabra de Dios

(Y para nosotros, ¿qué valor tiene la Palabra de Dios que leemos o escuchamos cada día? No un valor nominal, todos sabemos decir que es Palabra de Dios, pero, en la práctica real, ¿qué significa para nosotros?)


En resumen, la Palabra pierde su carácter sacramental. ¿qué significa esto? Que es una palabra sagrada, que hace presente lo que expresa. Para Dios, hablar es crear, su Palabra es creadora, y la Palabra hace presente a Dios. Así sucedió en el camino de Emaús, y así sucede en cada Eucaristía, en cada encuentro, en cada momento en que esa Palabra se convierte en el centro de nuestro caminar y vivir. 

" La palabra leída y hablada pretende llevarnos a la presencia de Dios y transformar nuestras mentes y nuestros corazones".

 Solemos quedarnos con la imagen de que la palabra tiene un valor exhortativo, que nos invita a salir de nosotros y esforzamos a cambiar nuestras vidas.  Pero el poder de la Palabra radica, no tanto en cómo lo apliquemos después de oírla, sino en su propia capacidad de transformación, que realiza su obra divina mientras la escuchamos. 

Evoquemos un pasaje de San Lucas (4, 18-19) en el que se muestra el poder de la Palabra proclamada; en él vemos cómo en la escucha Dios se hace presente y sana, no en el futuro, sino AHORA. Es el sacramento de la Palabra, el lugar sagrado de la presencia real de Dios

(Esto, a su vez, nos invita a pensar que toda palabra tiene poder, el poder de decir bien o decir mal, de sanar o de destruir. Cuando digo palabras de amor o palabras de odio estoy ayudando a mejorar o a empeorar el mundo en que vivo)

 Podemos entonces concluir esta parte, pensando que es verdaderamente IMPORTANTE escuchar con todo nuestro ser la proclamación de la Sagrada Escritura, confiando en que Aquel que nos creó también os puede sanar y transformar; puede hacerse presente y sacar el miedo, el desánimo, la tristeza, de nuestro corazón. La Palabra de Dios le hace presente en nosotros de manera personal e íntima, pero también nos asigna un lugar en la historia de la salvación; nuestras pequeñas historias tienen un lugar en la gran historia de Dios

(Podemos hacer aquí una pausa para apropiarnos de las palabras de María en el Evangelio de Lucas: El Magnificat... Dios ha mirado nuestra pequeñez, y ha querido incorporarnos a una historia mayor, por la que me dirán dichoso...)

(Continuará)