“Oh, Señor, ¡qué
difícil es aceptar tu camino! Vienes a mí como un niño pequeño e impotente que
ha nacido lejos de su hogar. Vienes para mí, como un extraño en tu propia
tierra. Mueres por mí, como un criminal fuera de las murallas de tu ciudad,
rechazado por tu propio pueblo, incomprendido por tus amigos, y sintiéndote
abandonado por tu Dios.
Mientras me preparo
para celebrar tu nacimiento, trato de sentirme amado, aceptado y en casa en
este mundo, y trato de superar los sentimientos de alienación y separación que
continúan asaltándome. Pero ahora me pregunto si mi profundo sentimiento de
falta de hogar no me acerca más a ti que mi ocasional sensación de pertenencia.
¿Dónde celebro verdaderamente tu nacimiento: en un hogar confortable, o en una
casa que no me es familiar, entre amigos que me dan la bienvenida o entre extraños
desconocidos, con sentimientos de bienestar o sentimientos de soledad?
No tengo que escapar
de aquellas experiencias que sean más cercanas a las tuyas. De la misma forma
en que Tú no perteneces a este mundo, yo tampoco pertenezco a este mundo. Cada
vez que me siento así, tengo la oportunidad de estar agradecido y de abrazarte
mejor, y saborear, más plenamente, tu alegría y tu paz.
Ven, Señor Jesús, y quédate
conmigo donde me siento más pobre. Confío en que éste es el lugar donde encontrarás tu pesebre y traerás
tu luz. Ven, Señor Jesús, ven”.
HENRI NOUWEN, Camino a
casa, 123.
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