Tienes que seguir buscando tu
necesidad corporal más profunda, la necesidad de amor genuino. Cada vez que
puedas ir más allá de los deseos corporales superficiales de amor, estás haciendo
que tu cuerpo te vuelva a pertenecer y te estás acercando a la integración y a
la unidad.
En Jesús, Dios se hizo cargo de la
carne humana. El espíritu de Dios cubrió a María, y en ella toda enemistad
entre el espíritu y el cuerpo fue superada. Así, el Espíritu de Dios se unió al
espíritu del hombre, y el cuerpo humano se transformó en el templo destinado a
elevarse a la intimidad de Dios a través de la resurrección. A todo cuerpo
humano se le ha dado una nueva esperanza, la de pertenecer eternamente al Dios
que lo creó. Gracias a la encarnación, puedes hacer que tu cuerpo te vuelva a
pertenecer.
Sigo leyendo a
Nouwen: “Ni un cuerpo represivo ni un
cuerpo permisivo, sino verdaderamente encarnacional”. Una nueva
espiritualidad en la que el cuerpo ocupe un lugar esencial. “Tu cuerpo te es dado para reafirmar tu
personalidad”. “Confiar en él y escuchar su lenguaje” “Tu cuerpo como una
verdadera expresión de quien eres”. Y todo lo anterior entendido en la
vocación única:
“Debes empezar a confiar en tu única vocación
y a dejar que se arraigue y se fortalezca en ti para que puedas florecer en
tu comunidad”. “Tendrás más confianza en ti y más libertad para reclamar tu lugar
único en la vida como un don que Dios te dio”. “Confía en tener una vocación
única que vale la pena reclamar y vivir lealmente”.[1]
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