"Un día, un joven fugitivo intentaba escapar del enemigo. Sentía que le pisaban los talones y se refugió en una
aldea. Todos los habitantes fueron acogedores con él y le ofrecieron un sitio seguro donde esconderse. Pero
cuando los soldados, que le habían visto buscar cobijo en la aldea, preguntaron a los vecinos dónde se escondía, los aldeanos se echaron a temblar. Y no era para menos, porque les amenazaron con reducir a cenizas la aldea y con matar a los hombres que había en ella si no entregaban al fugitivo antes del amanecer. Los vecinos fueron a casa de! ministro y le preguntaron qué debían hacer. El ministro, angustiado ante el terrible dilema de entregar al joven al enemigo o la aniquilación de la aldea y la muerte de todos los vecinos, se retiró a su habitación a leer la Biblia. Esperaba encontrar la respuesta al dilema antes de la hora fatídica señalada por los soldados. Al cabo de muchas horas, poco antes de empezar a clarear el día, sus ojos cansados se quedaron como imantados en estas palabras de la Escritura: «Es mejor que muera un hombre a que se pierda todo el pueblo». El ministro cerró la Biblia, llamó a los soldados y les dijo dónde estaba escondido el joven. Después de que los soldados se lo llevaron para fusilarlo, se hizo una fiesta en la aldea porque el ministro había salvado las vidas de todos sus habitantes. Pero el ministro no participó en la fiesta. Abrumado por una profunda tristeza, se quedó en su habitación. Aquella noche se le apareció un ángel y le preguntó:
—¿Qué has hecho?
—He entregado el fugitivo a los soldados —le respondió.
—Pero, ¿no sabes que has entregado al Mesías al enemigo? —le recriminó el ángel.
—¿Cómo podía saberlo? —casi protestó el ministro, entre el miedo y el horror por lo que había hecho.
—Si en vez de leer tu Biblia, hubieras visitado al joven tan sólo una vez y le hubieras mirado a los ojos, lo habrías visto con toda claridad.
Aunque las versiones de esta historia son muy antiguas, se diría que es un relato reciente. También a nosotros se nos invita a mirar a los ojos de los jóvenes de hoy, lo mismo que aquel ministro, que habría podido reconocer al Mesías si hubiera levantado los ojos de su Biblia para mirar a los del joven. Quizá un ejemplo así sea suficiente para prevenirnos de la posibilidad de entregarlos, totalmente desvalidos, en manos del enemigo, y hacernos capaces de sacarlos de los sitios donde se esconden, y de devolverlos a la vida con sus gentes desde donde puedan redimirnos y liberarnos de nuestros miedos".
Henri Nouwen
"El sanador herido"
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