En la entrada anterior aparece una idea que, por considerarla muy importante, quiero volver a reproducirla ahora. Es un dilema que he visto en la práctica de mi vida como religioso, en los proyectos de mi familia religiosa, en el futuro de esta forma de vida en la Iglesia. Acabamos funcionando como una gran empresa, que se mueve entre grandes proyectos, propiedades y seguros, mientras perdemos lo esencial que es la libertad y la compasión. Claro que necesitamos formarnos, pero más urgente es transformarnos, buscando la raíz...
"En cualquier parte, los líderes cristianos, lo mismo hombres que mujeres, se han hecho progresivamente conscientes de la necesidad de una formación y de un entrenamiento específicos. Esta necesidad es realista, y el deseo de más profesionalismo en el ministerio, comprensible. Pero el peligro está en que en vez de llegar a la libertad para dejar crecer al espíritu, el futuro ministro pueda enredarse él mismo en las complicaciones de su propia competencia adquirida y se sirva de su especialización como de una excusa para soslayar una misión mucho más difícil, la de ser compasivo. La misión del líder cristiano es la de sacar a flote lo mejor que tiene el hombre e impulsarlo hacía delante, hacia una comunidad más humana. El peligro está en que su ojo, hábil a la hora de hacer un buen diagnóstico, se convierta más en un ojo que hace análisis detallados y distantes, que en el ojo de alguien que, con sentido de compasión, haga el camino con su hermano. Y sí los sacerdotes y ministros del mañana piensan que la solución al problema del liderazgo cristiano de cara a la próxima generación es una mejor preparación, pueden acabar sintiéndose más frustrados y desilusionados que los líderes de hoy".
(Henri Nouwen)
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