"Un encuentro aparentemente insignificante con un cartel
representando un detalle de El Regreso del Hijo Pródigo de Rembrandt hizo que
comenzara una larga aventura espiritual que me llevaría a entender mejor mi
vocación y a obtener nueva fuerza para vivirla. Los protagonistas de esta
aventura son un cuadro del s. XVII y su autor, una parábola del s. I y su
autor, y un hombre del s. XX en busca del significado de la vida.
Un día fui a visitar a mi amiga Simone Landrien al pequeño
centro de documentación de la comunidad. Mientras halábamos, mis ojos dieron
con un gran cartel colgado en su puerta. Vi a un hombre vestido con un enorme
manto rojo tocando tiernamente los hombros de un muchacho desaliñado que estaba
arrodillado ante él. No podía apartar la mirada. Me sentí atraído por la
intimidad que había entre las dos figuras, el cálido rojo del manto del hombre,
el amarillo dorado de la túnica del muchacho, y la misteriosa luz que envolvía
a ambos. Pero fueron sobre todo las manos, las manos del anciano, la manera
como tocaban los hombros del muchacho, lo que me trasladó a un lugar donde
nunca había estado antes.
La primera vez que vi El Regreso del Hijo Pródigo, acababa
de terminar un viaje agotador de seis semanas dando conferencias por los
Estados Unidos, lanzando un llamamiento a las comunidades cristianas para que
hicieran todo lo posible por prevenir la violencia y la guerra en América
Central. Estaba realmente cansado, tanto que casi no podía andar. Me sentía
preocupado, solo, intranquilo y muy necesitado. Durante todo el viaje me había
sentido como un guerrero fuerte y valeroso luchando incansablemente por la
justicia y la paz, capaz de hacer frente sin miedo al oscuro mundo. Pero ahora
me sentía vulnerable como un niño pequeño que quiere gatear hasta el regazo de
su madre y llorar.
Tan pronto como las multitudes que me alababan o me
criticaban se alejaron, experimenté una soledad devastadora y fácilmente podía
haberme rendido a las seductoras voces que me prometían descanso físico y
emocional.
Este era mi estado la primera vez que me encontré con El
Regreso del Hijo Pródigo de Rembrandt colgado de la puerta del despacho de
Simone. Mi corazón dio un brinco cuando lo vi. Tras mi largo viaje, aquel
tierno abrazo de padre e hijo expresaba todo lo que yo deseaba en aquel
momento. De hecho, yo era el hijo agotado por los largos viajes; quería que me
abrazaran; buscaba un hogar donde sentirme a salvo. Yo no era sino el hijo que
vuelve a casa; y no quería ser otra cosa. Durante mucho tiempo había ido de un
lado a otro: enfrentándome, suplicando, aconsejando y consolando. Ahora sólo
quería descansar en un lugar que pudiera sentirlo mío, un lugar donde pudiera
sentirme como en casa.
.. Me había puesto en contacto con algo dentro de mí que
reposa más allá de los altibajos de una vida atareada, algo que representa el
anhelo progresivo del espíritu humano, el anhelo por el regreso final, por un
sólido sentimiento de seguridad, por un hogar duradero. Mientras seguía ocupado
con mucha gente, envuelto en innumerables asuntos, y presente en multitud de
lugares,… El Regreso del Hijo Pródigo estaba conmigo y seguía dando un
significado mayor a mi vida espiritual. El anhelo por un hogar duradero que
había llegado a mi conciencia gracias al cuadro de Rembrandt, crecía más fuerte
y más profundamente convirtiendo al pintor en un fiel compañero y guía."
HENRI NOUWEN. El Regreso del Hijo Pródigo. Fragmentos del prólogo.
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