"Mis primeros veinticuatro años de vida fueron básicamente años de preparación al sacerdocio católico. Nací y crecí en una familia católica, fui a colegios católicos y viví una vida en la que me relacionaba exclusivamente con católicos. Era una época en la que todas las fronteras estaban claras. (…) Estos límites tan claros me daban la sensación de estar en el lugar debido, perfectamente protegido y totalmente a salvo (…) Tenía muy claro lo que iba a hacer como sacerdote. Conocía la doctrina y el modo apropiado de vivir la vida moral. Seis años en el seminario me habían proporcionado unas líneas directrices muy claras y me habían rodeado de personas que habían recibido esas mismas directrices. Proclamar el Evangelio y administrar los sacramentos constituía un desafío, pero no era complicado, sino algo que realmente me sentía llamado a hacer. Era una persona muy feliz, me sentía muy cerca de Dios y tenía una vida de oración sumamente disciplinada y una vocación bien definida. Fui ordenado en julio de 1957.
Después de mi ordenación estudié psicología en la universidad católica de Nijmegen (Holanda), viví muy de cerca el Concilio Vaticano II, trabajé como capellán en la Holland America Line y fui formado como capellán de reserva del ejército. Después pasé unos años en la clínica Menninger estudiando la relación entre religión y psiquiatría, di clases durante dos años en Notre Dame, diez años en Yale y tres años en Harvard, y visité varias veces Latinoamérica.
Durante todos estos años, aprendí que los protestantes pertenecen a la Iglesia tanto como los católicos; que los hindúes, budistas y musulmanes creen en Dios tanto como los cristianos; que los paganos pueden amarse mutuamente tanto como los creyentes; que la psique humana es multidimensional; que la teología, la psicología y la sociología tienen muchos puntos de contacto; que las mujeres pueden tener una verdadera vocación al ministerio sacerdotal; que las personas homosexuales tienen una vocación y un lugar muy singulares en la comunidad cristiana; que los pobres pertenecen al corazón mismo de la Iglesia; y que el Espíritu de Dios sopla donde quiere.
Todos estos descubrimientos fueron, poco a poco, derribando muchas vallas que me habían proporcionado un refugio seguro y fueron haciéndome profundamente consciente de que la alianza de Dios con su pueblo incluye a todos.
Para mí, personalmente, fue un tiempo de búsqueda y cuestionamiento frecuentemente agónico, un tiempo extremadamente solitario…".
Tomado de: "Dirección Espiritual".
Henri J.M.Nouwen.
Ed.Sal Terrae. Págs. 74-75.
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