"Dejar el
hogar es mucho más que un simple acontecimiento ligado a un lugar y a un
momento. Es la negación de la realidad espiritual de que pertenezco a Dios con
todo mi ser, de que Dios me tiene a salvo en un abrazo eterno, de que estoy
grabado en las palmas de las manos de Dios y de que estoy escondido en sus
sombras. Dejar el hogar significa ignorar la verdad de que Dios me ha moldeado
en secreto, me ha formado en las profundidades de la tierra y me ha tejido en
el seno de mi madre (Salmo 139,13-15). Dejar el hogar significa vivir como si
no tuviera casa y tuviera que ir de un lado a otro tratando de encontrar una.
El hogar
es el centro de mi ser, allí donde puedo oír la voz que dice: "Tú eres mi hijo amado, en quién me complazco" —la misma
voz que dio vida al primer Adán y habló a Jesús, el segundo Adán; la misma voz
que habla a todos los hijos de Dios y los libera de tener que vivir en un mundo
oscuro, haciendo que permanezcan en la luz. Yo he oído esa voz. Me habló en el
pasado y continúa hablándome ahora. Es la voz del amor que no deja de llamar,
que habla desde la eternidad y que da vida y amor dondequiera que es escuchada.
Cuando la oigo, sé que estoy en casa con Dios y que no tengo que tener miedo a
nada".
Henri Nouwen
El regreso del hijo pródigo
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