Con su vida y su ministerio, Jesús enseñó a sus discípulos a no rendirse ante el miedo. Cuando los discípulos, sorprendidos por una gran tormenta en medio del lago, se llenaron de miedo, ¡Jesús dormía en la barca! Nosotros, como aquellos primeros discípulos, cada vez que el miedo nos domina, deseamos despertar a Jesús gritando llenos de ansiedad: «¡Sálvanos, Señor, que perecemos!». Y él replica: «¿Por qué estáis tan asustados, hombres de poca fe?». A continuación, Jesús increpa a los vientos y al lago, y sobreviene la calma (véase Mt 8,23-27). También escucharon esta voz las mujeres que se acercaron a la tumba y vieron que la piedra del sepulcro había sido corrida: «¡No tengáis miedo! ¡No tengáis miedo! ¡No tengáis miedo!».
Esto mismo dice el Señor cuando se aparece a los discípulos en la habitación superior después de la resurrección: «¡Ánimo, soy yo! ¡No tengáis miedo!» (Mt 28,10). «Yo soy un Dios de Amor que te invita a recibir dones de alegría, paz y gratitud y a dejar que tus miedos se esfumen, de forma que empieces a compartir eso de lo que tanto temes desprenderte». Cristo te invita a dejar la casa del miedo y trasladarte a la casa del amor: a pasar de un lugar de cautiverio y a instalarte en un espacio de libertad. «¡Ven conmigo, entra en mi casa, que es la casa del amor!».
Henri Nouwen
Formación Espiritual
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