(Algunas ideas tomadas de Henri Nouwen)
1. Una espera activa.
Esperar resulta esencial para la vida espiritual. Pero esperar como discípulo de Jesús no es una espera vacía, sino una espera con una promesa en nuestro corazón que hace ya presente lo que esperamos. Durante el Adviento esperamos el nacimiento de Jesús. Después de Pascua esperamos la venida del Espíritu y después de la Ascensión de Jesús esperamos su nueva venida gloriosa. Siempre estamos esperando, pero es una espera vivida en el convencimiento de que ya hemos visto las huellas de Dios, de que lo que esperamos anhelantes, ya está aquí de alguna manera, ya ha comenzado para nosotros. Aquello que esperamos está creciendo en las entrañas de la tierra sobre la que estamos caminando.
2. Esperar con paciencia.
¿Cómo esperamos a Dios? Esperamos con paciencia. Pero paciencia no significa pasividad. Esperar pacientemente no es como esperar el autobús, o que deje de llover, o que salga el sol. Se trata de una espera activa en la que vivimos el momento presente al máximo para encontrar en él las señales de Aquel que estamos esperando. La palabra paciencia viene del verbo latino patior, que significa padecer. Esperar pacientemente significa padecer por el momento presente, saboreando plenamente, dejando que crezcan las semillas que están plantadas en el suelo que pisamos hasta convertirse en plantas resistentes Esperar pacientemente siempre significa prestar atención a lo que está ocurriendo ante nuestros propios ojos y ver en ellos los primeros rayos de la gloria venida de Dios. Se me ocurre aquí que padecer para Teresa es también amar, de modo que amar y sufrir por este presente nuestro a la vez es un modo hermoso de esperar.
3. Esperar expectantes.
Esperar pacientemente a Dios supone vivir expectantes, porque sin una expectativa, nuestra espera puede quedar atrapada en el presente. Cuando esperamos expectantes nuestro entero ser permanece expuesto a verse sorprendido por la alegría. A lo largo de los Evangelios Jesús nos pide que nos mantengamos despiertos y estemos alerta. Y San Pablo dice: “Ya es hora de levantarnos del sueño, pues nuestra salud está ahora más cerca que cuando empezamos a creer La noche está avanzada y se acerca ya el día. Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y vistamos las armas de la luz” (Romanos 13, 11 y 12). Es esta expectativa gozosa de la venida de Dios la que ofrece vitalidad a nuestras vidas, porque aguardamos el cumplimiento de las promesas de Dios.
Es confiar que algo se realizará, pero se realizará de acuerdo con las promesas y no con nuestros deseos. Por tanto la esperanza tiene siempre un final abierto, y de ahí que sea muy importante hacer a un lado mis deseos y volverme a la esperanza. Es así como lo realmente nuevo puede sucederme. Esta espera abierta es una actitud inmensamente radical hacia la vida, confiando en alguien que sobrepasa mi imaginación; es dejar de tratar de controlar mi futuro, permitiendo que Dios defina nuestra vida. Seremos entonces, modelados, no por nuestros miedos, sino por su amor.
5. Esperando juntos.
No esperamos solos, porque somos parte de una comunidad de fe, que ha de ser comunidad de apoyo, celebración y afirmación, donde podemos elevar lo que ya ha comenzado en nosotros. Reunidos en oración alrededor de una promesa, eso es la Iglesia, eso es la eucaristía: elevar lo que ya está ahí, dar gracias por la semilla que ha sido plantada. Decimos: esperamos a Jesús, que ya ha venido, y vendrá siempre… Eso es la comunidad: el espacio seguro donde podemos esperar el cumplimiento de la promesa; donde hallaremos las condiciones para que fructifique la semilla; donde la llama se mantendrá encendida, sin el peligro de apagarse.
6. Esperando en torno a la Palabra.
Esperamos activos, pacientes, expectantes, abiertos y juntos, sabiendo que Alguien nos habla, nos interpela, nos convoca. Así es que estamos espiritualmente en nuestra casa, alertas, para abrirle la puerta cuando Él toque, y que entre y se haga carne en nosotros. Por eso la Palabra de Dios está siempre en medio de los que se reúnen en su nombre: para hacerse carne, para nacer y tener una vida nueva en nosotros.
(Ideas recreadas de Henri Nouwen)
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