En
Henri Nouwen coexistían valiosos dones espirituales con una gran precariedad
afectiva; se presentaba ante grandes audiencias, era un autor famoso,
reconocido, estimado, pero al mismo tiempo se sentía solo y abandonado; desde
los más distantes lugares del mundo llamaba a sus amigos por teléfono a
cualquier hora, enviaba regalos; estaba necesitado de reforzar siempre su
autoestima, podía ser inestable en sus emociones.
La
manera en que Henri asumió su ministerio pastoral en la Iglesia no fue muchas
veces reconocido en el ámbito intelectual, más preocupado de hacer carrera o
desarrollar ideas, que de aprovechar el conocimiento adquirido para ayudar a
los demás en su propio desarrollo personal. En las Universidades donde trabajó,
muchos profesores lo veían como un advenedizo; en dos ocasiones intentó
presentar una tesis doctoral y esta fue rechazada. Su decisión de ir a El Arca
fue criticada por muchos que no entendían lo que podía hacer un hombre como
Nouwen entre personas que no hablaban ni entendían su mensaje.
Incomprendido, como tantos iluminados en la historia.
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