He
dedicado tiempo a la lectura y estudio de algunos libros de Henri
NOUWEN que hablan acerca de los ministerios en la Iglesia, desde una
perspectiva espiritual; ahora caigo en la cuenta, tras una reelectura, que otro
título, el último que compré de este autor hace ya un tiempo, también va en esa
misma línea. Me refiero a “El estilo
desinteresado de Cristo. Movilidad ascendente y vida espiritual” (Sal
Terrae, Breve, 2007). Lo compré hace mucho, pero no lo leí en profundidad, o
tal vez no en el momento apropiado para que me aprovechara bien; el libro tiene
tres
capítulos: el primero habla de la movilidad descendente como elemento
fundamental de la vocación cristiana (Vs.
Movilidad ascendente); el segundo, acerca de la tentación (ser competentes, ser espectaculares y ser
poderosos); el tercero, las diversas disciplinas para la formación
espiritual (la disciplina de la Iglesia,
la disciplina del Libro y la disciplina del corazón). Son los temas
habituales que encontramos en Nouwen, pero siempre enriquece
volver a ellos desde una perspectiva diferente.
Así aparece resumido al final de este libro: “Vocación, tentación y formación han sido las
tres palabras clave en estas reflexiones sobre la íntima relación existente
entre ministerio y vida espiritual. Somos llamados a seguir a Cristo por el
camino de la movilidad descendente, sintiendo siempre la tentación de elegir el
camino ancho del éxito, la fama y la influencia, y desafiados a someternos a
disciplinas espirituales para conformarnos, poco a poco, a la imagen de nuestro
Señor Jesucristo. La vocación, la tentación y la formación son desafíos que
duran toda la vida. No somos llamados una sola vez, sino día a día, y nunca
sabremos con certeza a dónde somos llevados. Somos tentados en cada momento del
día y de la noche, y nunca sabremos con precisión dónde van a aparecer nuestros
demonios. Esta tensión entre vocación y tentación, que se prolonga durante toda
la vida, pone ante nosotros la difícil tarea de escuchar: a la Iglesia, al
Libro y nuestros corazones, descubriendo así la presencia real del Espíritu de
Dios en nuestro interior y en medio de nosotros”.
LAS TRES
TENTACIONES:
1.
La tentación de ser competente: de
hacer algo necesario y que pueda ser valorado por la gente; la tentación de
hacer de la productividad la base de nuestro ministerio. Esta tentación incide
en el centro mismo de nuestra identidad. Se nos hace creer de mil maneras que
somos aquello que producimos, lo cual nos hace preocuparnos por el producto,
por los resultados visibles, por los bienes tangibles y el progreso (Convertir
las piedras en pan… pero no sólo de pan vive el hombre).
2.
La tentación de ser espectaculares: Es la
tentación de forzar a Dios a responder acudiendo a lo inusual, lo sensacional,
lo extraordinario, lo inaudito… y así obligar a la gente a creer. Actuamos como
si la notoriedad y la visibilidad fueran los principales criterios de valor de
lo que hacemos (Lánzate del alero del templo… pero, no tentarás a Dios).
3.
La tentación de ser poderosos: Creemos
que la lucha por el poder y el deseo de servir son, a efectos prácticos una
misma cosa; buscamos posiciones de influencia porque así serviremos mejor por
el bien del Reino. Olvidamos que nuestra fuerza está en nuestra debilidad y
nuestra impotencia (Todo esto te daré si te postras ante mí, pero solo ante tu
Dios te arrodillarás).
Frente a
estas tentaciones, las tres disciplinas.
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