Amar a la Iglesia no exige de nosotros emociones románticas. Exige, eso sí, la voluntad de ver al Cristo vivo entre su gente y amarla como queremos amar al mismo Cristo. Esto es válido no solamente para la gente "pequeña", los pobres, los oprimidos, los olvidados, sino también para la gente "grande", los que ejercen la autoridad en la Iglesia.
Amar a la Iglesia significa estar dispuestos a encontrar a Cristo en cualquier lugar de la Iglesia donde vayamos. Este amor no significa estar de acuerdo o aprobar las acciones de todos. Por lo contrario, nos puede llamar a enfrentarnos con aquellos que ocultan a Cristo de nuestra visión. Pero sea que enfrentemos o afirmemos, critiquemos o alabemos, solamente podemos dar fruto cuando nuestras palabras y acciones provienen de corazones que aman a la Iglesia.
Henri Nouwen
Pan para el viaje
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