Tomar las Sagradas Escrituras y leerlas es lo primero que tenemos que hacer para abrirnos a la llamada de Dios. Convertir la lectura bíblica en hábito, en costumbre, y no conformarnos con la lectura cotidiana de la Eucaristía o el rezo en común, sino hacer una lectura personal. Una lectura pausada, orante, abierta. Murmurarla, rumiarla, incluso cantarla. Llevarla al corazón. La Palabra de Dios es sacramental, es sagrada, hace presente lo que expresa. Hace arder nuestro corazón, como a los discípulos de Emaus, cuando Jesús les hablaba. La Palabra de Dios es creadora, porque para Dios hablar es crear (Génesis). La Palabra de Dios no es una palabra que debamos aplicar a nuestra vida diaria algún lejano día: es una palabra que nos sana en y a través de nuestra escucha, aquí y ahora.
(Ideas de Hentri Nouwen)
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