Henri se fue
sintiendo cada vez más conforme con su identidad sexual, y mantuvo amistad con
personas homosexuales, de dentro y fuera de la Iglesia, y vio que en muchas de
ellas existían inquietudes espirituales, a las que la Iglesia no ofrecía
respuestas. Es sabido que algunas personas de su entorno le presionaron para
que fuese más claro públicamente en relación con su homosexualidad, pero
siempre rechazó esa posibilidad, sobre todo por el impacto que podría tener en
su ministerio.
En estos combates personales había un claro
afán de superación y un deseo de plenitud que no eran contrarios al deseo de
seguir siendo fiel a su vocación sacerdotal; Henri sabía que tenía varias
opciones por delante, pero algunas no eran admisibles para él. Tampoco quería
verse identificado meramente por su sexualidad. En uno de sus libros escribió:
“Dios quiere que ames tu cuerpo para
prepararlo a la resurrección. Cuando no posees totalmente tu cuerpo, no puedes
reclamarlo para la vida eterna”.
Henri llegó a comprender el vínculo
existente entre espiritualidad y sexualidad, que no son fuerzas rivales, sino
dones procedentes de una misma fuente. La sexualidad tenía mucho que ver con la
comunión e implicaba toda la persona: mente, cuerpo y corazón.
“Todos los seres humanos viven una vida
sexual, ya sean célibes, casados o tengan cualquier otro estado civil. La vida
sexual es la vida, y tiene que ser vivida de manera que profundice nuestra
comunión con Dios y con nuestros hermanos los seres humanos. De no ser así,
puede ser dañina. Aun no he encontrado el lenguaje adecuado para hablar de
ella, pero espero encontrarlo algún día”...
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