Uno de los mejores trabajos de Henri Nouwen es sin lugar a dudas su libro "El sanador herido"; creo que a pesar de que su evaluación de la realidad puede haber cambiado en algún sentido, sus ideas en torno al servicio de los líderes de la comunidad cristiana (que no se limita al ministerio ordenado) conservan totalmente su actualidad, y son preciosas sus intuiciones. Por eso he querido compartir algunas de esas ideas...
"El hombre que puede unificar, articular los movimientos de su vida interior y poner nombres a sus distintas experiencias ya no tiene por qué ser víctima de sí mismo, sino que es capaz, despacio, pero sin pausa, de remover los obstáculos que impiden la penetración del Espíritu. Es capaz de crear un espacio para Él, cuyo corazón es más grande que el suyo, cuyos ojos ven más allá que los suyos y cuyas manos pueden curar más que las suyas.
Pienso que esta articulación es la base para un liderazgo en el futuro porque sólo quien es capaz de articular su propia experiencia puede ofrecerse él mismo a los otros como fuente de clarificación. Por eso, el líder cristiano es, en primer lugar, un hombre que quiere poner su propia fe articulada a disposición de los que piden su ayuda. En este sentido, es siervo de los siervos porque es el primero en entrar en la tierra prometida, prometida pero peligrosa; el primero en hablar a los que están asustados, de lo que él ha visto, oído y tocado.
Esto puede sonar muy teórico pero las consecuencias concretas son evidentes. En la práctica, en todas las funciones sacerdotales, tales como el acompañamiento espiritual, la predicación, la enseñanza y la liturgia, el ministro intenta ayudar a las personas a reconocer el trabajo de Dios en ellas. El líder cristiano, ministro o sacerdote, no es quien revela a Dios a su pueblo, quien da a los que nada tienen, sino alguien que ayuda, a los que están buscando, a descubrir la realidad como fuente de su existencia. Podemos muy bien decir que el líder cristiano guía al hombre a la confesión, en el sentido clásico de la palabra: a la afirmación básica de que el hombre es hombre y Dios es Dios, y de que sin Dios, el hombre no puede llamarse hombre.
En este contexto pastoral, el acompañamiento espiritual no es meramente un uso hábil de las técnicas adecuadas para reconducir a las personas hacía el reino de Dios, sino un encuentro humano profundo en el que un hombre desea poner su propia fe y sus dudas, su esperanza y su desesperación, su propia luz y su oscuridad a disposición de los que quieren encontrar un camino en medio de su confusión y palpar el centro nuclear, sólido, de la vida. En este contexto, predicar significa algo más que dar vueltas alrededor de la tradición. Es más bien una unificación, una articulación cuidadosa e inteligente de lo que pasa en la comunidad, para que los que escuchan puedan decir: «Dices lo que sospeché, expresas lo que vagamente sentí, aquella orientación esencial de mi vida que he guardado temerosamente en el trasfondo de mi mente. Sí, sí, dices lo que somos, te das cuenta de nuestra condición...».
Cuando un hombre que escucha es capaz de decir esto, el campo está roturado para que los demás puedan también recibir la palabra de Dios. Ningún ministro tiene por qué poner en duda que la palabra va a ser recibida. Especialmente los jóvenes no tienen por qué escapar de sus miedos y esperanzas sino que pueden mirarse a sí mismos en la cara del hombre que los guía. Ésta les hará entender las palabras de salvación que en el pasado les sonaban a menudo como procedentes de un mundo no familiar, extraño.
Enseñar en este contexto no significa contar las viejas historias una y mil veces, sino ofrecer los canales por medio de los cuales las personas pueden descubrirse a sí mismas, clarificar sus propias experiencias y encontrar los cimientos en los que la palabra de Dios pueda asentarse firmemente. Y, finalmente, en este contexto, la liturgia es mucho más que un ritual. Puede convertirse en una auténtica celebración cuando el responsable de la liturgia es capaz de poner nombre al espacio donde el gozo y la tristeza se encuentran íntimamente unidas y forman el lugar en el que es posible celebrar ambas cosas, la vida y la muerte.
Por eso, la primera, la misión más importante del líder cristiano en el futuro será guiar a su pueblo en el viaje de salida de la tierra de la confusión a la tierra de la esperanza. Él, el primero, debe tener el coraje de ser un explorador del nuevo territorio en sí mismo y articular sus descubrimientos como condición indispensable para prestar un servicio a esta generación preocupada por su mundo interior".
Henri Nouwen
"El sanador herido"
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