lunes, 1 de junio de 2020

BEBER LA COPA DE LA SALVACIÓN (1)

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La copa que debemos beber es la copa que tomamos en nuestras manos y que levantamos.En cualquier país o en cualquier cultura en que nos encontremos, beber juntos es un signo de amistad, de intimidad y de paz. Beber juntos puede convertirse en un hecho espiritual, en afirmar nuestra unidad como hijos del mismo Dios. Beber la copa de la vida nos hace dueños de lo que estamos viviendo. Es decir: «Ésta es la vida», pero también: «Quiero que ésta sea mi vida». 

Beber la copa de la vida es hacer nuestra e interiorizar plenamente nuestra existencia única, con todas sus penas y sus gozos. No es fácil hacerlo. Podemos sentirnos durante mucho tiempo incapaces de aceptar nuestra propia vida. Podemos estar luchando por conseguir una vida mejor, o al menos, diferente. A menudo se elevan en nosotros profundas protestas contra nuestro destino. Pero a medida que nos acostumbramos tranquilamente a nuestra propia realidad, a mirar con compasión nuestros dolores y alegrías, y a medida que somos capaces de descubrir el potencial único de nuestra manera de ser y de estar en el mundo, podemos ir más allá de nuestra protesta, podemos acercar a nuestros labios la copa de nuestra vida y beberla, despacio, con cuidado, pero hasta el fondo.


 Beber nuestra copa no es simplemente adaptarnos a las malas situaciones e intentar servirnos de ellas lo mejor posible. Beber nuestra copa es una manera de vivir con esperanza, con coraje y con confianza en nosotros mismos. Es estar en el mundo con la cabeza levantada, sólidamente asentados en el conocimiento de quiénes somos, es enfrentarnos a la realidad que nos rodea y responder a ella desde el fondo de nuestros corazones

La grandeza espiritual no tiene nada que ver con ser mayor que los demás. Tiene mucho que ver con llegar al nivel al que cada uno de nosotros tiene que llegar. La verdadera santidad es precisamente beber tu propia copa y confiar que así, asimilándote plenamente a tu propio caminar por la tierra, que es irremplazable, puedes llegar a ser una fuente de esperanza para muchos.

 Podemos elegir beber la copa de nuestra vida con la profunda convicción de que, bebiéndola, conseguiremos nuestra auténtica libertad. Así descubriremos que la copa del dolor y del gozo que estamos bebiendo, es la copa de la salvación

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Sólo es posible beber la copa del dolor y del gozo cuando nos trae la salud, la fuerza, la libertad, la esperanza, el coraje, una vida nueva. Nadie beberá la copa de la vida cuando nos pone enfermos y hace que nos sintamos miserables. Sólo podemos bebería cuando es la copa de la salvación.

 La llegada y la marcha de los amigos, las experiencias del amor y de la traición, del cuidado y de la indiferencia, de la generosidad y de la tacañería, pueden convertirse en el camino de la verdadera salvación humana. Sí, las personas que nos aman también nos desilusionan; algunos momentos de gran satisfacción también nos revelan necesidades insatisfechas; estar en el hogar también nos muestra nuestra condición de personas sin hogar. Pero todas estas tensiones pueden crear en nosotros ese profundo anhelo de plena libertad que está más allá de todas las estructuras de nuestro mundo. Está claro que hay una misión que emerge de una vida que nunca es puro dolor o puro gozo, una misión que nos hace movernos más allá de nuestras limitaciones humanas y alcanzar la libertad total, la redención completa, la salvación última. 

 Jesús aceptó todo eso, no como un héroe primero adorado y después vilipendiado, sino como quien ha venido a cumplir una misión, y supo centrarse en esa su misión, fueran cuales fueran las respuestas de los demás. Jesús asimiló interiormente en toda su profundidad y como parte de su misión, el hecho de tener que beber la copa de su vida para cumplir el trabajo que su Abba, su Padre querido, le había encomendado. Sabía que beber la copa de su vida le traería la libertad, la gloría y la plenitud. Sabía que beber la copa le conduciría más allá de la trampa de este mundo para completar la liberación, de la agonía de la muerte al esplendor de la resurrección. Este conocimiento tenía poco que ver con la comprensión o el conocimiento intelectual. Era un conocimiento de un corazón cultivado en el jardín del amor eterno
Por tanto, la copa que quería beber Jesús y que bebió hasta vaciarla por completo se convirtió en la copa de la salvación. Beber la copa de la salvación significa vaciar la copa del dolor y del gozo para que Dios pueda llenarla de vida pura

 Adicciones, compulsiones y obsesiones revelan nuestras propias trampas. Nos hacen ver nuestra condición de pecadores, porque nos arrebatan nuestra preciosa libertad como hijos de Dios y por tanto nos esclavizan a un mundo estrecho y encogido. La muerte también nos apresa en su trampa. Beber la copa, como hizo Jesús, es la forma de evitar la trampa. Es el camino de nuestra salvación. La salvación no se nos reserva sólo para después de la muerte. Es una realidad diaria, que podemos gustar aquí y ahora. Y cuando nos sentamos juntos alrededor de la mesa del altar y ofrezco a todos los presentes la copa llena de vino, puedo anunciar con toda certeza: «Ésta es la copa de la salvación». 

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 ¿Cómo bebemos la copa de la salvación? Debemos bebería lentamente, saboreando cada sorbo, hasta el fondo. Vivir una vida completa es beber nuestra copa hasta que se quede vacía, confiando en que Dios la llenará con la vida eterna. Necesitamos de ciertas disciplinas bien concretas que nos ayuden a asimilar y a interiorizar nuestros gozos y nuestras penas, y a encontrar en ellos nuestro único camino de libertad espiritual. Me gustaría estudiar cómo tres disciplinas, la del silencio, la de la palabra y la de la acción, pueden ayudarnos a beber nuestra copa de la salvación. 

La primera forma de beber nuestra copa es en el silencio. Puede parecemos una sorpresa porque estar silencioso parece que es no hacer nada. Pero es precisamente en el silencio cuando nos enfrentamos a nuestro verdadero ser. A menudo las penas de nuestras vidas nos abruman de tal forma que hacemos cualquier cosa para no enfrentarnos a ellas. La radio, la televisión, los periódicos, los libros, las películas y también el trabajo intenso y una vida social muy llena, todas esas realidades pueden ser formas de escaparnos de nosotros mismos y hacer de la vida un largo entretenimiento. Entretenimiento es todo lo que capta nuestra mente y se la lleva fuera de las cosas que son difíciles de afrontar. Pero cuando empezamos a vivir la vida como un entretenimiento perdemos contacto con nuestras almas y nos convertimos en simples espectadores en un espectáculo que dura toda la vida. Incluso cualquier trabajo valioso, importante, puede convertirse en una forma de olvidar lo que somos realmente. No debe sorprendernos que para muchas personas la jubilación constituya una perspectiva aterradora. ¿Qué somos cuando no hay nada que nos mantenga ocupados? 

El silencio es la disciplina que nos ayuda a sobrepasar la categoría de entretenimiento de nuestras vidas. En ese silencio es donde podemos hacer que emerjan nuestras penas y gozos de los lugares en los que se ocultan. Podemos encontrar el silencio en la naturaleza, en nuestra propia casa, en una iglesia o en un lugar de meditación. Pero donde quiera que lo encontremos, debemos mimarlo. Porque sólo en el silencio podemos conocer en profundidad quiénes somos y poco a poco mirarnos a nosotros mismos como dones de Dios

Al principio el silencio puede asustarnos. En el silencio oímos las voces de las tinieblas: nuestros celos y nuestra rabia, nuestro resentimiento y nuestros deseos de venganza, nuestra lascivia y nuestra avaricia, nuestro dolor por las pérdidas, abusos o rechazos. Estas voces son a menudo ruidosas y persistentes. Nuestra reacción más espontánea es salir corriendo y volver a nuestro entretenimiento. Pero si mantenemos la disciplina de permanecer y de no consentir que esas voces nos intimiden, perderán gradualmente su fuerza y pasarán a un segundo plano, dejando un espacio para las voces más suaves, más agradables, de la luz. Estas voces hablan de paz, bondad, suavidad, gozo, esperanza, bien, perdón, y, sobre todo, de amor. Nos vienen desde lo más hondo de nosotros mismos y de muy lejos. Nos han estado hablando desde antes de nuestro nacimiento y nos revelan que no hay oscuridad en el que nos envió al mundo: sólo hay luz. Son parte de las voces de Dios, que nos llamó desde toda la eternidad: "Mi hijo querido, mi favorito, mi gozo". 

Los enormes poderes de nuestro mundo siguen pretendiendo ahogar esas voces suaves. Pero siguen siendo las voces de la verdad. Este sonido nos quita todos nuestros miedos y nos hace darnos cuenta de que podemos enfrentarnos a la realidad, sobre todo a nuestra propia realidad. Estar en silencio es la primera forma de aprender a beber nuestra copa.  

(Continuará)

(Lo anterior es un resumen de un texto de Henri Nouwen, para compartir en grupo, una vez que hemos leído íntegramente el libro: "¿Puedes beber este cáliz?")



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