sábado, 9 de mayo de 2020

MEDITACIÓN SOBRE LA VIDA EUCARÍSTICA (2).

El primer punto que propone Nouwen es este: LAMENTAR LA PÉRDIDA, y la primera frase de esta reflexión es: "Dos personas caminan juntas". Digamos que  se trata de hablar primero de la VIDA, de nuestra vida, y qué mejor manera de describirla, personas que caminan juntas: eso es la humanidad, de la cual formamos parte. Pero las imágenes que siguen hablan de insatisfacción, de infelicidad, de vacío: cabeza gacha, hombros hundidos, paso cansado...no se miran uno al otro, no parecen tener una meta en su camino, el hogar ya no es hogar... vacío, desilusión, desesperación. Seguro que todo esto nos resulta familiar, porque lo hemos sentido, o hemos compartido la experiencia de otros. Una vida infeliz, no plena. 

Pero entonces pasa algo que lo cambia todo, o mejor, conocemos a ALGUIEN, Jesús, y ahora habla el texto de "nueva vitalidad", "nueva realidad", y habla de perdón, reconciliación y amor; no como meras palabras bonitas, sentimentales, sino como fuerzas que tocan el centro mismo de nuestra humanidad. Ahora nos hemos convertido en verdaderas personas, para las cuales la vida ya no es una carga, sino un desafío, un lugar de infinitas posibilidades, de paz y de alegría. La vida como una danza. 

Así, en esos dos párrafos aparecen contrastadas la experiencia de vida y la experiencia de fe; eso que llamamos CONVERSIÓN, encuentro con Jesús. Pero luego, a lo largo del camino de la vida, tendremos que pasar también por momentos de prueba, de dificultad, de sequedad, e incluso de desánimo y desesperanza.  Y así también lo expresan los dos discípulos del relato de Lucas: "Nosotros que esperábamos...", y ahora todo eso terminó, han perdido al Maestro y a la vez se han perdido ellos mismos. Así somos nosotros, de nosotros habla el relato de Lucas; si nos atrevemos a mirar en el centro mismo de nuestro ser, descubrimos nuestro extravío. ¿No estamos también nosotros perdidos?

Nouwen escribe: "Si hay una palabra que resuma nuestro dolor, es la palabra pérdida. ¡Hemos perdido tanto!"... y las pérdidas se instalan profundamente en nuestros corazones y en nuestras mentes... hasta la pérdida de nuestros sueños e ilusiones, la pérdida del espíritu y la pérdida de la fe. Nouwen va mencionando muchas cosas que he tratado aquí de resumir, pero al final de todas ellas aparece como conclusión la pérdida de sentido de la vida. Saber el por qué y para qué vivimos, y a eso nos ayuda tremendamente nuestra fe en Jesús, a pesar de que pasemos por momentos muy difíciles, de que seamos probados. Jesús era real, estaba vivo, caminaba a mi lado.

Ahora viene la pregunta: ¿Qué hacemos con nuestras pérdidas? ¿Las ignoramos? ¿Seguimos viviendo como si nada? ¿Las ocultamos a los ojos de los que caminan a nuestro lado? Solemos hacer eso y más, pero Nouwen nos propone algo que parece sencillo, pero... Lamentar nuestras pérdidas. No podemos impedirlas, pero podemos llorar y afligirnos, y así sentir nuestra fragilidad, nuestra imperfección. Podemos aceptar esa sensación de inseguridad y desamparo, asomarnos al abismo de nuestra propia vida, en la que no hay nada claro ni evidente, en la que cambian las cosas sin que yo pueda controlarlo. 

Sentir el dolor de nuestras pérdidas, hace que nuestros corazones afligidos se abran a un mundo en el que la pérdida y el dolor son mucho más grandes. "El dolor de nuestros gimoteantes corazones nos conecta con el llanto y los gemidos de una humanidad que sufre". Ahora nuestro lamento se hace mayor, ahora no soy yo ni tú, ahora soy humanidad. Pero en medio de ese dolor hay una voz extraña que me dice: "Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados". Es la misma voz que ha dicho que para ganar la vida tenemos que perderla. Hay un regalo escondido en la pérdida y en el dolor, nuestra aflicción encierra una bendición oculta. "El dolor que nos ocasionan nuestras pérdidas es parte de nuestros cantos de agradecimiento". 

Quiero añadir aquí tres ideas de Nouwen, no de este libro, pero que complementan lo dicho, y nos ayudan a entender lo anterior:

1. Cada día nos tiene reservada una sorpresa, no hay que temer que pueda ser triste o alegre, porque sea cual sea, abrirá un espacio nuevo en nuestros corazones, donde dar la bienvenida a nuevos amigos, compartiendo nuestra común humanidad. 

2. El gozo y la tristeza nunca están separados; están uno escondido en el otro, y si intentamos evitar la tristeza, posiblemente nunca conozcamos la verdadera alegría. El gozo y la tristeza son los padres de nuestro crecimiento espiritual.

3. La vida es un tesoro, justamente porque es frágil, vulnerable, y estamos necesitamos de cuidado, de atención, de guía, de apoyo y de amor. La vida y la muerte están conectadas por esa vulnerabilidad, y tanto el recién nacido como el anciano en su lecho de muerte nos recuerdan la belleza y la fragilidad de nuestras vidas.

Y así, como aquellos discípulos de Emaús, con el corazón roto por muchas pérdidas, sintiéndonos vulnerables, y diciendo: Nosotros creíamos, esperábamos, pensábamos.... llegamos a la Eucaristía.

(continuará)

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