martes, 19 de mayo de 2020

MEDITACIÓN SOBRE LA VIDA EUCARÍSTICA (6).

Y así llegamos a la quinta y última parte de la reflexión de Henri Nouwen sobre la Eucaristía, a partir de la historia bíblica de los discípulos de Emaús: PARTIR EN MISIÓN. Como terminaba la entrada anterior: "No sólo es que la comunión cree comunidad, sino que la comunidad siempre lleva a la misión". ¿Cómo así? Dice Nouwen que ahora "todo ha cambiado", y las pérdidas ya no se experimentan  como algo que debilite, como derrota, sino como oportunidad, como novedad; la tristeza se convierte en una luz nueva en los ojos de los dos discípulos, luego que el desconocido, el extraño, se convierte en amigo y les entrega su espíritu. 

Se habla de: nuevo aliento, nuevo corazón, nuevo espíritu, nueva misión... ellos, juntos, tienen algo que decir, que es importante y urgente; algo que los demás necesitan saber. ¡Qué diferente el modo en que ellos salían de la ciudad con la manera en la que ahora regresan! Es la diferencia entre la duda y la fe, la desesperación y la esperanza, el miedo y el amor. Saben que regresar a la ciudad puede ser peligroso, pero ahora eso no los detiene, ahora hay un lugar para regresar, un HOGAR, una certeza. 

(La fe es nuestro hogar espiritual, es esa roca interior sobre la que construimos nuestra vida; mientra sea nuestro cimiento y nuestra luz, no importarán los momentos de prueba y fragilidad)

La Eucaristía concluye con una misión: ahora vayan y cuenten lo que han celebrado y vivido. Las antiguas palabras latinas: "Ite missa  est" (Vayan , esa es ahora la misión de ustedes). El final de la Eucaristía no es la comunión, sino la misión; no viene para que nos quedemos en secreto con él, disfrutando solos su presencia. Viene para que salgamos a anunciarlo, a compartirlo. Es una invitación a volver a la vida, con los otros, para llevar a Cristo con nosotros.

La misión comienza con los más cercanos: familia, amigos, compañeros, vecinos... y luego a los que aparezcan en el camino. Cuesta más evangelizar a los cercanos, porque ellos nos conocen mejor y ven si nuestras palabras tienen un eco en nuestra propia vida. El anuncio de Cristo es recibido hoy con cierto escepticismo: los que no acuden a la Eucaristía no son mejores ni peores que nosotros, han escuchado la historia de Jesús, pero ven a la Iglesia como una institución, los mandamientos como una carga pesada y la Eucaristía como un rito vacío. Muchos tuvieron fe, y luego la perdieron (es una llamada de alerta para nosotros; no para condenar, sino para mirarnos). 

Lo que hace la diferencia es nuestra vida, si vivimos lo que celebramos, y no se trata simplemente de la dimensión ética o moral de la fe; no es lo que hacemos lo primero, sino LO QUE SOMOS. Vivir eucarísticamente: la celebración de la eucaristía resume para nosotros en qué consiste nuestra vida como cristianos, como discípulos de Cristo. 

Y luego, al llegar los dos de Emaús con la buena nueva se encuentran con que los otros ya la sabían, ya no es nueva. Jesús tiene muchas maneras de revelarse a nosotros y hacernos saber que está vivo, y aun cuando la noticia no sea nueva, tiene novedad para cada uno, y estamos llamados a compartirla con los otros. Cada uno tiene su historia que contar y es importante que la contemos, pero no es única, y debemos escuchar también la historia de los otros. La misión parte de ahí, del encuentro, de la alegría compartida por saberle vivo. Es decir, de la COMUNIDAD.

Es fácil, y ciertamente un riesgo, reducir a Jesús, a nuestro Jesús, a nuestra experiencia, a nuestro modo de seguirlo. Es en la comunidad donde confluyen nuestras historias, donde podemos discernir el valor de nuestra experiencia personal, donde la presencia del Espíritu las unifica todas para que seamos, en la riqueza de lo diverso, el único pueblo de Dios, el pueblo de la resurrección. 

Ahí termina ya la historia de los dos discípulos: en la comunidad. Es ahí donde inicia el camino de la Iglesia, es el comienzo de una vida de misión, en la que sabemos que la muerte no tiene la última palabra, que la esperanza es real y que Cristo está vivo.  ¿Qué lecciones nos quedan de esta historia? Apuntemos algunas:

1. La Eucaristía es siempre una misión: a ella llegamos desde la vida, cargando nuestras pérdidas, y de ella salimos renovados, dispuestos a compartir nuestra fe y nuestra alegría. 

2. En esta misión no estamos solos, somos comunidad de fe, Iglesia. La Eucaristía es siempre un acto de comunidad, y crea comunión. (La pregunta que surge aquí es esta: ¿Qué significa ir a misa si no soy comunidad?).

3. De la Comunión y comunidad brota el ministerio; es tentador pasar de la comunión al ministerio, ignorando la comunidad, saltándonos ese paso fundamental. Cristo y yo, sin los hermanos, sin el prójimo. 

4. Vivir la Eucaristía como algo meramente devocional es no entender el mandato de Jesús; Jesús nos invita a su mesa (eucaristía) para enviarnos luego a la misión, a la vida (vivir eucarísticamente). 

5. Pero, la misión (evangelizar), no es solo ir y hablar a los demás acerca del Señor resucitado, sino también recibir el mismo testimonio de aquellos a quienes fuimos enviados. La misión es recíproca; dar y recibir. Si esta reciprocidad, la misión y el ministerio acaban siendo manipuladores o violentos. 

6. La Eucaristía impulsa la creación de un círculo de amor, en el que reconocemos al Espíritu de Dios que se esconde en el otro, sobre todo en el pobre, el débil, el triste, el marginado, el oprimido, el alejado. Es importante hacer crecer ese círculo de amor. 


La Eucaristía, ya sea que se celebre con solemnidad o con sencillez, es siempre UN ENCUENTRO CON EL CRISTO VIVO QUE ESTÁ EN LA REUNIÓN DE LOS HERMANOS DE FE QUE COMPARTEN SUS PÉRDIDAS, SU PALABRA, SU MESA Y SU MISIÓN. Ella nos ayuda a elegir el AGRADECIMIENTO, en lugar del resentimiento, y la ESPERANZA, en lugar de la desesperación, y la ALEGRÍA, en lugar de la tristeza, porque sabemos que la VIDA es más fuerte que la muerte y el AMOR más fuerte que el miedo. 

En medio del mundo, no importa cuán terrible pueda ser su realidad, si hay Eucaristía (con todo eso que hemos dicho) hay esperanza, porque son como semillas del Reino plantadas en la tierra. Digamos que hay tres palabras que pueden resumir nuestra vivencia: Ten piedad, gracias, envíame

(Este resumen, a partir del texto de Henri Nouwen, no puede en modo alguno sustituir la lectura del libro; es un intento de apropiarnos de su  sabiduría, y por ello lleva también algunas notas o añadidos que brotan de mi lectora personal. Tal vez si lo haces tú sea algo diferente, pero espero que ayude en algo a los que lo lean y mediten)

The end 

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