viernes, 15 de mayo de 2020

MEDITACIONES SOBRE LA VIDA EUCARÍSTICA (4)

Retomamos nuestra reflexión, siguiendo a Henri Nouwen, y lo citamos:
 "La Eucaristía, tal como la celebramos en la sagrada liturgia, nos llama a una vida eucarística, a una vida en la que seamos continuamente conscientes de nuestro papel en la historia sagrada de la presencia redentora de Dios a través de todas las generaciones. La gran tentación que nos acecha consiste en negar nuestro papel de pueblo elegido, quedando atrapados en las preocupaciones de la vida diaria". 

Es la Palabra proclamada o leída, compartida, rumiada, la que nos eleva a una nueva condición (Página 52: Lo que nos pasa sin el auxilio de la Palabra). La Palabra enciende un fuego interior, y convoca una PRESENCIA, a la que podemos invitar a la intimidad de nuestro hogar, de nuestra vida. 

La tercera parte de esta reflexión lleva por título: "Invitar al Desconocido" (Yo creo). En la medida en que escuchan al Desconocido, los dos discípulos sienten que algo cambia. Nouwen habla de una nueva esperanza y una nueva alegría, de un nuevo sentido. El Desconocido ha dado a su viaje un nuevo significado. 
 Sucede que cuando no haces más que sentir lo que has perdido, entonces todo a tu alrededor habla de ello; pero cuando alguien camina a tu lado, entonces comprendes que no es solo un final, sino también un nuevo comienzo, una nueva canción, "un cántico nuevo". 

Recordamos las palabras de Jesús: "¿No era necesario que el Mesías padeciera todo esto para entrar en su GLORIA?". Ahí está lo nuevo: del lamento por la pérdida, de la sensación de derrota, y tras las palabras del Desconocido, irrumpe ahora la palabra GLORIA en el relato. Evoca luz, esplendor, belleza, verdad... Todo lo que antes parecía lejano y ajeno, ahora regresa, y el camino cambia de color, y el Desconocido empieza a ser más cercano, y se hace COMPAÑERO DE VIAJE, y sentimos la llamada del hogar, donde nos espera siempre la mesa servida. 

No estamos acostumbrados a pensar en la Eucaristía como una invitación a Jesús para que se quede con nosotros... Pero Jesús quiere ser invitado. Él nunca nos impone su presencia, y a no ser que le invitemos, él seguirá siendo un desconocido; atrayente, inteligente, interesante, con el que nos encontramos a veces, pero un desconocido. Puede haber hecho cosas en nuestra vida, haber hecho desaparecer nuestra tristeza, incluso nuestro dolor o nuestra enfermedad, y podemos hablar a otros de él, pero no dejará de ser un desconocido. (Eso pasa con muchas personas "religiosas", que van a misa algunas veces, que rezan en sus casas, pero para las que Jesús sigue siendo un  desconocido).

 "Sin una invitación, que es la expresión del deseo de una relación duradera, la buena noticia que hemos oído no puede dar un fruto que permanezca... Solo invitando al otro a venir y quedarse puede un encuentro interesante convertirse en una relación transformadora". Esto vale para toda relación humana, y vale para nuestra relación con Jesús. 

En la Eucaristía, uno de los momentos más importantes (lo mismo que en nuestras vidas) es el de la INVITACIÓN. Una vez que hemos escuchado la Palabra y su comentario, podemos decir gracias, qué bien, y adios; o decir:  Por favor, quédate, ven a mi casa, porque atardece... La pregunta es: ¿Queremos realmente que Jesús se quede con nosotros cuando anochece y el día llega a su fin? ¿Queremos decirle: Quédate, confío en tí, me entrego a tí con todo mi ser, cuerpo y alma. No quiero que sigas siendo un desconocido, quiero que seas mi más íntimo amigo? Tal vez nos puede el MIEDO, el temor al compromiso, a la entrega total y verdadera. 

¿Cómo expresamos en la Eucaristía nuestra invitación a Jesús? EN EL CREDO...que es mucho más que un resumen de la doctrina de la Iglesia. Es una profesión de fe, es el Sí, el Amén, personal y comunitario. Es un acto de confianza. Es decirle a Jesús, que hace ademán de seguir su camino: Quédate con nosotros, quédate conmigo... e invitarlo a nuestra mesa. 

La mesa es el lugar de la intimidad; en torno a ella nos descubrimos unos a otros, en ella oramos, compartimos necesidades y pérdidas, alegrías y tristezas, y también traiciones y diferencias. Es que estamos más cerca, pero somos más vulnerables, estamos más expuestos

Y entonces Jesús acepta la invitación, entra en la casa con ellos, y se sienta a la mesa, ocupando como invitado el puesto de honor. Están juntos, se mirar a los ojos, y hay intimidad, amistad, comunidad... Entonces sucede algo nuevo, que solo llegan a comprender los iniciados: el invitado se convierte en el anfitrión, y como tal les invita a entrar en plena comunión con él.

Sobre esto hablamos en la próxima entrada...

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