sábado, 16 de mayo de 2020

MEDITACIÒN SOBRE LA VIDA EUCARÌSTICA (5).

Comienza la cuarta parte del libro que leemos: ENTRAR EN COMUNIÓN, y lo hace diciendo: "Cuando Jesús entra en la casa de sus discípulos, esta se convierte en su casa... El que ha sido invitado es ahora el que invita". Ellos lo han invitado a quedarse, le han permitido entrar en su mundo màs íntimo, y èl entonces los conduce a su propia intimidad; les invita a compartir la mesa, a tomar el pan, bendecirlo, partirlo y dárselo. Es un gesto sencillo, que acontece en muchos lugares del mundo cada día, en torno a mesas en las que se cultiva la amistad, el amor, la fraternidad. 

La Eucaristìa es un simple gesto humano, y es importante no olvidarlo cuando tenemos delante todos los elementos particulares que acompañan nuestras liturgias: vestiduras, velas, libros, cantos, gestos, etc, que no suelen ser tan sencillos. No debemos olvidar que lo que hacemos es rememorar aquella cena que tuvo Jesùs con sus amigos en un ambiente sencillo, fraterno, ìntimo. Jesùs, como invitado, toma el lugar de honor, preside la mesa, y toma, bendice y parte el pan y el vino para los suyos; sucede asì cuando le invitamos a nuestra vidas, con sus luces y sus sombras, y en la medida en que le hemos escuchado y hemos compartido la mesa con èl, nos vamos sintiendo en el hogar, acogidos y sostenidos por èl. Por ello, la Eucaristìa, tan humana, es al mismo tiempo el gesto màs divino que podemos imaginar

En la Eucaristìa tocamos a Jesùs: humano y divino, cercano y misterioso, sencillo e inasible; es el Jesùs del que habla Pablo (Flp. 2, 6-8), que siendo de condiciòn divina, se despojò, tomando condiciòn de esclavo... Esa es la historia de Dios, que quiere acercarse tanto a nosotros, que no quiere que haya entre èl y nosotros nada que nos separe, nos divida, nos distancie... Jesùs nos habla de ese Dios, entregando su vida hasta el extremo, dàndose todo, como Dios se quiere dar (Dios para nosotros, Dios con nosotros, Dios dentro de nosotros). Ha dicho: "Tomen, coman y beban, este soy yo que me entrego a ustedes".

No es meramente comida lo que Jesùs nos da, sino que en la comida quiere darse a sì mismo, dar su vida. Es lo mismo que cuando nosotros invitamos a alguien a compartir la mesa: servimos comida, pero con ese gesto estamos dando a esa persona mucho màs. Lo estamos haciendo partìcipe de nuestra vida, le damos nuestra amistad y nuestra confianza. Asì es en la Eucaristìa: Jesùs nos invita a su mesa, y en el pan y el vino que nos ofrece se da a sì mismo, nos lo da todo. El pan y el vino se TRANSFORMAN en su cuerpo y su sangre, en su vida entregada, en alimento para nosotros, aquì y ahora. 

"Dios no se guarda nada; Dios lo da todo. Ese es el misterio de la Encarnaciòn. Y este es tambièn el misterio de la Eucaristìa. La Encarnaciòn y la Eucaristìa son las dos expresiones del amor inmensamente generoso de Dios. Por eso el sacrificio de la cruz y el sacrificio de la mesa son un mismo sacrificio, una completa autodonaciòn de Dios que llega a toda la humanidad en el tiempo  y en el espacio" (72).

La palabra que mejor expresa este misterio de autodonaciòn de Dios es COMUNIÒN. Es la palabra que contiene la verdad de que, en y a travès de Jesùs, Dios quiere, no solo enseñarnos, instruirnos o inspirarnos, sino hacerse uno con nosotros. La historia de la salvaciòn es la historia del deseo de Dios de alcanzar cada vez una mayor comuniòn con nosotros. No se trata de algo forzado o voluntarista, sino de una comuniòn libremente ofrecida y recibida. Dios harà lo que seas necesario para hacer posible esta comuniòn. 

Es este intenso deseo de Dios de entrar en una relaciòn màs ìntima con nosotros lo que constituye el centro de la celebraciòn y la vida eucarìsticas. No sòlo se hizo carne e historia en una persona y època concretas, sino que quiere ser nuestro alimento y nuestra bebida cotidiana en todo momento y lugar. Y asì, cuando èl se da, y recibimos el pan y lo comemos, se abren nuestros ojos y le reconocemos. La Eucaristìa es RECONOCIMIENTO, es el encuentro entre el deseo de Dios y nuestro anhelo de comuniòn con èl. Para quien no ha hecho el camino previo puede parecerle este gesto demasiado simple, pero si hemos llorado nuestras pèrdidas, escuchado su palabra en el camino y le hemos invitado a entrar en nuestra vida, en lo màs profundo de nosotros, entonces sabremos que esa comuniòn que vamos a recibir es la misma que èl ha estado deseando dar

Pero en el relato encontramos una frase que nos coloca en el centro mismo del misterio de la comuniòn: "Lo reconocieron, pero èl desapareciò de su vista". Precisamente cuando se les hace màs presente, es cuando se hace ausente. Este es uno de los aspectos màs sagrados de la Eucaristìa: "El misterio de que la comuniòn màs profunda con Jesùs acaece en su ausencia". 

Durante todo aquel tiempo en que estuvo Jesùs caminando con los dos de Emaùs no habìa una plena comuniòn. Claro que ellos estaban con èl, le escucharon y fueron sus discìpulos, incluso sus amigos, pero no habìan entrado en la comuniòn verdadera. ¿Cuàl es esta? La de que el cuerpo y la sangre de Cristo, y el cuerpo y la sangre de ellos, sean uno. Jesùs todo ese tiempo no habìa dejado de ser "otro", pero ahora comprenden que Jesùs habita en ellos, que respira en ellos, que habla en ellos, que vive realmente en ellos. Es el momento en que sus vidas se transforman en la vida de èl. Ya no son ellos los que viven, sino Cristo, y por eso ya no le ven fueras, ya no es "otro". Esta es la comuniòn màs ìntima, tan santa y sagrada que escapa a nuestros sentidos exteriores; ahora "sabemos" que està en ese lugar  dentro de nosotros adonde los poderes de las tinieblas y del mal no pueden llegar

Hemos dejado a un lado la amistad fàcil que hemos tenido con èl (màs centrada en sentimientos, emociones, pensamientos) para aceptar la soledad de no tenerlo ya en nuestra mesa, como compañero de consuelo, de conversaciòn, para sobrellevar nuestras pèrdidas cotidianas. Es LA SOLEDAD DE LA VIDA ESPIRITUAL, la de saber que èl està màs cerca de nosotros de lo que jamàs  nosotros podremos estar. Esa es LA SOLEDAD DE LA FE

Nosotros podremos seguir gritando: Señor, ten piedad; podremos seguir escuchando e interpretando las Escrituras; podremos seguir diciendo: Yo creo... Pero, la comuniòn con Èl va mucho màs allà de todo eso: nos lleva al lugar donde la luz ciega nuestros ojos y donde todo nuestro ser està sumido en la falta de visiòn. Es ese lugar de comuniòn en el que gritamos: Dios mìo, por què me has abandonado... al mismo tiempo que oramos: Padre, en tus manos encomiendo mi espìritu... Si la comuniòn con Jesùs significa hacerse igual a èl, si con èl estamos clavados en la cruz y con èl hemos resucitado para acompañar a otros en el camino de la vida, entonces nos lleva tambièn a un nuevo àmbito de existencia. Nos introduce en el Reino, donde las viejas distinciones entre dicha y desdicha, entre èxito y fracaso, entre bienaventuranza y condenaciòn, entre salud y enfermedad, entre vida y muerte... ya no tienen sentido. Ya no pertenecemos a un mundo empeñado en dividir, juzgar, separar y valorar. Ahora pertenecemos a Cristo y Cristo nos pertenece a nosotros, y tanto Cristo como nosotros pertenecemos a Dios. 

Y asì, los dos de Emaùs estàn solos de nuevo, pero no con la soledad con que empezaron su viaje. Ahora es una soledad acompañada. Han creado un vìnculo con Cristo que a su vez crea una nueva relaciòn entre ellos. LA COMUNIÒN CREA COMUNIDAD. El Cristo que vive en ellos les hizo estar juntos de una manera nueva;  no sólo les hizo reconocer a Cristo, sino reconocerse uno al otro como miembros de una nueva comunidad.
Estamos solos, pero estamos juntos; nos pertenecemos mutuamente, porque le pertenecemos a él. Hemos comido su cuerpo y hemos bebido su sangre, y al hacerlo nos hemos convertido en un solo cuerpo. 

"La comunión crea comunidad, porque el Dios que vive en nosotros nos hace reconocer a Dios en nuestros semejantes. Nosotros no podemos ver a Dios en el otro; solo Dios en nosotros puede ver a Dios en el otro.". 

Al participar en la vida interior de Dios, también participamos de un modo nuevo en la vida de los otros.  Formamos un cuerpo espiritual, sostenido por el espíritu  del amor, que se manifiesta de maneras muy concretas: en el perdón, la reconciliación, el apoyo mutuo, la solidaridad con los pobres y necesitados, el trabajo por la justicia y por la paz

Ya veremos a continuación como, si la comunión crea comunidad, la comunidad lleva siempre a la misión.

(Continúa)


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