sábado, 23 de mayo de 2020

TOMAR EN TUS MANOS LA COPA DE LA VIDA

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"No basta con vivir la vida. Debemos saber lo que estamos viviendo. Una vida sobre la que no reflexionamos no vale la pena ser vivida. Pertenece a la esencia del ser humano contemplar la propia vida, pensar en ella, discutir sobre ella, evaluarla y formar nuestras propias opiniones sobre ella. El mayor gozo, lo mismo que el mayor dolor de vivir, no sólo es una consecuencia de lo que vivimos, sino también e incluso más, de lo que pensamos y sentimos sobre cómo vivimos

 La reflexión es esencial para el crecimiento, el desarrollo y el cambio. Es el único poder de la persona humana

Sujetar firmemente con las manos la copa de la vida significa mirar con sentido crítico lo que estamos viviendo. Esto exige un gran coraje, pues puede atemorizarnos lo que vamos a ver. Pueden surgir preguntas para las que no tenemos respuestas. Pueden nacer dudas sobre cosas de las que teníamos una gran seguridad. El miedo puede estar agazapado y saltarnos a la cara desde los rincones más insospechados de nuestra alma. Nos tienta decirnos a nosotros mismos: «Vamos a vivir sencillamente la vida. Todo eso de pensar sobre ella lo único que trae consigo es hacerla más difícil». Pero sabemos por intuición que si no miramos la vida de una manera crítica, perdemos visión y orientación

Cuando bebemos la copa sin primero haberla mantenido entre nuestras manos, podemos emborracharnos e ir de un lado para otro sin dirección, sin sentido. Mantener firmemente entre las manos la copa de la vida es una disciplina dura... necesitamos frenar nuestro impulso de beber, poner ambas manos alrededor de la copa y preguntarnos: ¿Qué se me da a beber? ¿Qué hay en mi copa? ¿Es algo que no entraña riesgo? ¿Es bueno para mí? ¿Fortalecerá mi salud?. 

Lo mismo que hay una cantidad incontable de vinos, hay una variedad incalculable de vidas. No hay dos vidas iguales. A menudo comparamos nuestra vida con la de los demás e intentamos descifrar si son mejores o peores, pero esas comparaciones no nos sirven de mucho. Tenemos que vivir nuestra propia vida, no la de otros. Tenemos que mantener firmemente entre nuestras manos nuestra propia copa. Tenemos que atrevernos a decir: 

Ésta es mi vida, la que se me ha dado, y ésta es la vida que tengo que vivir lo mejor que pueda. Mi vida es única. Ningún otro vivirá esta vida mía. Tengo mi propia historia, mi propia familia, mi propio cuerpo, mi propio carácter, mis propios amigos, mi propia manera de pensar, de hablar y de actuar. Sí, tengo que vivir mi propia vida. Nadie tiene ante sí el mismo reto que yo. Estoy solo, porque soy único. Muchas personas pueden ayudarme a vivir mi vida, pero después de que todo haya sido dicho y hecho, tengo que hacer mis propias elecciones sobre cómo vivir

Es duro decirnos esto a nosotros mismos porque al hacerlo nos enfrentamos a nuestra propia soledad. Pero, al mismo tiempo, es nuestro reto maravilloso porque lleva consigo el privilegio de nuestra unicidad

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"¿Podéis beber la copa de amargura que yo he de beber?", preguntó Jesús a sus amigos. Ellos respondieron que sí. Pero no tenían idea de la carga de sufrimiento que conllevaba una respuesta afirmativa. La copa de Jesús es la copa del sufrimiento,  no solamente de sus propios sufrimientos sino de los de toda la humanidad. Es una copa llena de angustias físicas, mentales y espirituales. Es la copa del hambre, la tortura, la soledad, el rechazo, el abandono y la angustia inmensa. Es la copa llena de amargura. ¿Quién quiere beberla? 

 Jesús, el varón de dolores, y nosotros, hombres y mujeres de dolores, como él, estamos colgados ahí, entre el cielo y la tierra, gritando: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?.


Cuando le llegó a Jesús el momento de beber la copa, dijo: "Siento una tristeza mortal" (Mt 26,38)... En su inmensa soledad, cayó rostro en tierra y gritó: "Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa de amargura" (Mt 26,39)...  Demasiado dolor para aguantarlo, demasiado sufrimiento para abrazarlo, demasiada agonía para pasar por ella.  


¿Por qué pudo seguir diciendo sí? ...  (Porque)Jesús mantenía un vínculo espiritual con aquél al que llamaba Abba. Confiaba más allá de la traición, vivía una entrega por encima de la desesperación, un amor más allá de todos los miedos. Esta intimidad, esa íntima comunión con su Padre fue la que le hizo mantener la copa entre sus manos y orar: "Padre mío, no se haga como yo quiero, sino como quieres tú" (Mt 26,39). 

Jesús no arrojó la copa lejos de sí en un gesto de desesperación. No, la agarró con sus manos y deseó bebería hasta las heces. No fue una prueba de fuerza de voluntad, una decisión firme o un gesto de gran heroísmo. Fue un profundo y espiritual sí al Abba, al amante de su corazón herido

Nos preguntamos: ¿En dónde nos nacerá a todos ese gran sí? «Que sea como tú lo quieres, no como lo quiero yo». ¿Quién puede decir sí cuando no se ha oído la voz del amor? ¿Quién puede decir sí cuando no existe un Abba a quien dirigirse? ¿Quién puede decir sí cuando no se da un solo momento de consuelo? 

En medio de la oración angustiada de Jesús pidiendo a su Padre que apartara de él aquella copa de amargura, hubo un momento de consuelo. Sólo lo menciona el evangelista Lucas. 
Dice: "Entonces se le apareció un ángel del cielo que lo estuvo confortando" (Le 22,43). En medio de los dolores está el consuelo; en medio de la tiniebla se da la luz; en medio de la desesperación existe la esperanza; en medio de Babilonia se vislumbra Jerusalén; en medio del ejército de los demonios existe un ángel consolador. La copa de la amargura, que parece inconcebible, inasumible por sus dimensiones, es también la copa del gozo. Sólo cuando la descubrimos en nuestra propia vida podemos pensar en beberla.

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La copa de la vida es la copa del gozo tanto como la copa de la amargura. Es la copa en la que penas y gozos, tristezas y alegrías, el llanto y la danza nunca están separados. Si el gozo no pudiera estar presente donde hay amargura y dolor, sería imposible beber la copa de la vida. Por eso debemos mantener firmemente entre nuestras manos la copa y mirar cuidadosamente para ver los gozos escondidos entre los dolores. 

¿Podemos ver a Jesús como al hombre de los gozos? Parece imposible ver el gozo en un cuerpo torturado, desnudo, colgado de una cruz de madera, con los brazos extendidos. A veces, se presenta la cruz de Jesús como un trono glorioso en el que se sienta un rey. En esos casos se presenta el cuerpo de Jesús no destrozado por la flagelación y la crucifixión, sino luminoso, hermoso, con heridas sagradas. Las palabras de Jesús "cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos a mí" (Jn 12,32) se refieren no solamente a su crucifixión sino también a su resurrección. Ser elevado significa no sólo serlo como un crucificado sino también como resucitado.  

La cruz de Jesús es también estandarte de curación, no precisamente para sanar las heridas físicas sino para curar la condición humana mortal. El Señor resucitado eleva a todas las personas con él, hacia su vida, nueva y eterna. Jesús, que participó completamente en nuestras penas, quiere que nosotros compartamos con él plenamente su gozo. Jesús, el hombre lleno de gozo, quiere que participemos también de ese mismo gozo. 

 Jesús no quiere que sus amigos sufran, pero sabía que para ellos, como para él, el sufrimiento era el único y necesario camino hacia la gloria. Más tarde diría a dos de sus discípulos: "¿No era preciso que el Mesías sufriera todo esto antes de entrar en su gloria?" (Le 24,26). La «copa del dolor» y la «copa del gozo» no pueden separarse. Jesús sabía muy bien esto,  aunque luego necesitara un ángel del cielo para recordárselo. 

Nuestra copa está a menudo tan rebosante de dolor que nos parece imposible que quepa en ella el más mínimo gozo; la pena nos abruma... Entonces se nos tiene que recordar que nuestra copa de dolor es también nuestra copa de gozo y que un día seremos capaces de saborear el gozo tan plenamente como ahora saboreamos el dolor

Inmediatamente después de ser consolado por el ángel, Jesús se puso en pie y se enfrentó a Judas y a la cohorte que había venido a arrestarlo. Cuando Pedro desenvainó su espada e hirió al siervo del sumo sacerdote, Jesús le dijo: "Envaina de nuevo tu espada. ¿Es que no debo beber esta copa de amargura que el Padre me ha preparado?" (Jn 18,10-11). A partir de aquel momento Jesús ya no es el hombre abrumado por la angustia. Se enfrenta a sus enemigos con gran dignidad y libertad interior.  El sí incondicional de Jesús a su Padre le había fortalecido para beber la copa de amargura, no con una resignación pasiva, sino en total conocimiento de que la hora de su muerte sería también la hora de su gloria. 

¡Los gozos están escondidos en los dolores! Solemos olvidar esta verdad y nos sentimos abrumados por nuestra propia oscuridad. Perdemos de vista fácilmente la perspectiva de nuestros gozos y hablamos de nuestras penas como si fuese la única realidad existente. Necesitamos recordarnos unos a otros que la copa del dolor es también la copa del gozo, que lo que realmente nos causa tristeza puede convertirse en un campo fértil de alegría. Por tanto necesitamos ser ángeles los unos para los otros, necesitamos darnos mutuamente fuerza y consuelo. Porque solamente cuando nos demos cuenta perfectamente de que la copa de la vida no es sólo una copa de dolor sino también una copa de gozo, seremos capaces de beberla

(Lo anterior es un resumen de un texto de Henri Nouwen, para compartir en grupo, una vez que hemos leído íntegramente el libro: "¿Puedes beber este cáliz?")

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