"Cuando echo una mirada, tanto a mi interior como a mi alrededor, me siento abrumado por oscuras voces que me dicen: «No eres nada especial; eres una persona más entre millones; tu vida no es más que una boca más que alimentar; tus necesidades, un problema más que resolver». Estas voces son cada vez más poderosas, especialmente en un tiempo histórico de tantas relaciones rotas.
Muchos niños no se sienten bienvenidos al mundo. Bajo sus sonrisas nerviosas, se esconde a menudo la pregunta: «¿Soy querido realmente?» Algunos jóvenes han oído a sus madres decirles: «No te esperaba, pero cuando comprobé mi embarazo, decidí tenerte... Fuiste una especie de accidente». Tales palabras y actitudes no contribuyen en absoluto a que la persona se sienta elegida. Nuestro mundo está lleno de personas que se preguntan si no habría sido mejor para ellos no haber nacido. Cuando no nos sentimos amados por los que nos han dado la vida, a menudo sufrimos a lo largo de toda ella alguna forma de auto-menosprecio, que nos puede llevar fácilmente a la depresión y hasta al suicidio.
A pesar de esta realidad penosísima, y contando con ella, tenemos que atrevernos a afirmar la verdad de que somos los elegidos de Dios, incluso aunque el mundo no nos haya escogido. Mientras permitamos a nuestros padres, hermanos, maestros, amigos y personas que nos quieren, decidir si hemos sido elegidos o no, estamos atrapados en las redes de un mundo que nos sofoca, que nos acepta o rechaza de acuerdo con sus criterios de efectividad y poder.
A menudo, esta afirmación representa una ardua tarea, un trabajo que dura toda la vida. Porque el mundo persiste en sus esfuerzos de empujarnos hacia las tinieblas de la duda, del auto menosprecio, o del autorrechazo, y a la depresión. Y eso porque somos personas inseguras, miedosas, que nos infravaloramos, y que, en consecuencia, podemos ser manipulados por los poderes que nos rodean.
La gran batalla espiritual empieza —y nunca termina—, por afirmar nuestra condición de elegidos. Mucho antes de que ningún ser humano nos oyera llorar o reír, fuimos oídos por nuestro Dios, que es todo oídos para nosotros. Mucho antes de que ninguna persona nos hablara en este mundo, se dirigió a nosotros la voz del amor eterno.
Nuestra condición de seres valiosísimos, únicos en nuestra individualidad, no se nos ha dado por aquéllos a los que hemos encontrado en el reloj del tiempo —el de nuestra breve existencia cronológica—, sino por el Uno que nos ha elegido con su amor eterno, un amor que existió desde toda la eternidad y durará para siempre".
Henri Nouwen
Tú eres mi amado